Petricor es como se denomina a ese mágico olor producido por la lluvia al caer sobre el suelo seco. Es mucho más poético llamarlo olor a tierra mojada aunque en ese caso no seríamos lo suficientemente precisos pues cuando llueve sobre mojado no se produce ese dulce olor a paz, a calma y a victoria.
Como en la vida misma, vaya. Estaba siendo una primavera lluviosa.
semana 9. fase 0
Como saben los habituales de esta parroquia quien les escribe tiene sus manías, sus fijaciones y, por supuesto, sus fetiches. Por alguna ignota razón soy un enamorado de esa ingente masa de agua que acumula la descomunal presa de Almendra y el paisaje que genera. Sin duda un colosal atentado medioambiental, un crimen ecológico, una barbaridad superlativa. En definitiva, una absoluta maravilla.
Puede que sea por ser la evocación mesetaria de un mar lejano, calmado e inalcanzable. Puede que sea porque huele a verano y a paz y a niñez. Puede que sea por una simple tontería de un simple. Puede que sea por todo o puede que sea porque, sencillamente, está ahí. El caso es que durante estos días de incesantes lluvias estaba casi al 100% de su capacidad. Y yo, encerrado, no podía verlo.
Como les decía al principio estaba siendo una primavera especialmente borrascosa. Por algún oscuro motivo, y en especial en estas tierras de secano, la gente parece temer a la lluvia, sentir pavor a mojarse. Se creen una suerte de azucarillos que se desharán con tan solo humedecerse. Huyen acobardados por unas leves gotas y se refugian en sus casas parapetados tras sus muros. Secos, presuntamente a salvo, ingenuamente seguros, dejando la calle y la ciudad para nosotros.
A mi me gusta mojarme. Me gusta sentir el agua resbalando por mi ser, disfrutar de la soledad y del ruido de centenares de miles de gotas estrellándose contra el suelo, contra los árboles, contra mí. Me gusta ver el campo verde y esos micro riachuelos resbalar por los caminos. Me gusta atravesar una tormenta en bicicleta calado hasta el tuétano como un buen flandrien. Por eso salíamos a pasear bajo la lluvia. Recuerden, solo una hora al día en la franja horaria correspondiente a los niños. Normalmente entre las 18:00 y las 19:00 horas. Normalmente por el Cerro de las Contiendas.
Así, en ese espacio casi natural al lado de casa observaba al niño correr y saltar y gritar; chapotear con fuerza en los charcos con sus botas amarillas y su chubasquero y toda esa energía incontenible. Empapado de felicidad. Eterno. Yo sonreía, claro. Y miraba hacia el mar.
Mientras tanto seguíamos en la fase 0 sin tener demasiado claro durante cuánto tiempo estaríamos así. Empezaba a agitarse la vida un poco más que durante las semanas anteriores y se hacía raro estar de nuevo en un montaje, tratando con un cliente o caminando por la calle Santiago a mediodía, en solitario, rodeado de gente.
Debo reconocer que durante los paseos vespertinos a veces nos alejábamos de las Contiendas y visitábamos otros rincones. Me gusta volver de vez en cuando a pisar sitios a los que iba a diario pero que ya no tengo por qué visitar, como cierta Escuela de Arquitectura. Cuando hay algo que se hace frecuentemente, algo que se hace todos los días es imposible no banalizarlo. Por eso suelo pensar que en algún momento dejaré de hacerlo, quizás para siempre. Normalmente me da cierto vértigo pensar que algo sea la última vez, así que a veces paseo por la Escuela, desempolvo una vieja bicicleta de los 90 o aprieto el disparador de la Nikon Fm3. Para que, en todo caso, sea la penúltima vez que lo haga.
La evolución sanitaria en cada provincia definiría el cambio -o no- de fase. A Castilla y León le iba a tocar continuar en esta tediosa fase 0, junto a Madrid y Barcelona -ya ven, la grandeur mesetaria-. Eso alargaba el presunto final de toda esta historia de la desescalada. Algunos nos preguntábamos si realmente se llegaría a la pomposa Nueva normalidad o simplemente nos darían vía libre para infectarnos. Llegados al punto en el que mantener la hostelería cerrada o a medio gas supondría un revés económico de difícil recuperación para este panderetesco país si hay que elegir, se elige la fiesta. Todo debería estar listo para cuando llegasen los ingleses borrachos, valga la redundancia, y así poder recibirles dando palmas.
Por lo demás, de puertas para adentro, en Luz10 se mantenía la rutina en la que nos refugiábamos en casa. La severidad del día a día, el despertarnos a horas impúdicamente tempranas, el intentar que cada día el Heredero dibujase algo y cumplir con las complejas obligaciones de primero de infantil en este improvisado y obligado curso CCC de profesor de palo.
Avanzábamos a trompicones durante la semana hasta vislumbrar el viernes sabiendo que llegaba el respiro del fin de semana. Y entonces llegaba nuestro momento: seguíamos cocinando y viajando sin movernos y bebiendo y riendo y cantando si era menester, que lo era.
A pesar de todo seguíamos celebrando la vida porque era lo que debía hacerse. Seguíamos brindando por ella porque, querido lector, en la intimidad de esta casa además de viajar, de la tortilla de patatas y de la cerveza fría nos encanta bailar bajo la lluvia y disfrutar del dulce petricor.
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Continuará
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La novena semana del estado de alarma abarcó desde el 11 al 17 de Mayo de 2020
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Que los viveros estuvieran cerrados y no poder plantar la huerta me llenaba de desasosiego, lo confieso.
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El avezado lector entenderá que cada vez es más difícil encontrar qué contar cuando se está encerrado en un bucle. Aún así, se intenta así que compartan esta entrada para dar fe de ello.
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Un texto, fotos y encierro de su fiel y seguro servidor ©pedro iván ramos martín. Si usan algo, citen autor y procedencia.
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Sí, ya sé, la periodicidad se ha ido al carajo. Cosas del estío.
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Bonus track
Que bonito escribes,
Intentaré recordar lo de «ingleses borrachos, valga la redundancia» para soltarlo en alguna reunión de amigos.
Abrazos
Jajajaja, muchas gracias.
Lo de los ingleses, entre otra fauna, clama al cielo.
Me alegra que sigas estos desvaríos confinados.
Abrazo, gran hombre