Mi primer peluquero se llamaba Lisardo.
Tenía una peluquería en La Coruña, al lado de la plaza roja en un local que hacía esquina.
Lisardo solía alabar la sorprendente cantidad de pelo que atesoraba mi cabeza.
Más de 30 años después todo ha cambiado un poco, en especial esa sorprendente cantidad de pelo.