La no arquitectura: cúpulas de Garray

Hace unos días hablando con un arquitecto fino, sensible, de los buenos; en un momento dado citó a Tadao Ando: «La arquitectura sólo se considera completa con la intervención del ser humano que la experimenta.»
Pensé en ello brevemente. Curiosamente, pocas veces he experimentado más y mejor la arquitectura que en una obra no acabada, en una obra sin ser humano, en una obra que ni siquiera es una obra. Es decir, en la no arquitectura. Hoy les hablaré, naturalmente, de Garray, Soria. Y de cúpulas.

Verán, hace casi 15 años los arquitectos Tuñón y Mansilla proyectaron un complejo mundo de esferas fragmentadas. Un microcosmos de volúmenes que se relacionaban, que jugaban entre sí. Un lugar mágico donde las veladuras, las celosías de hormigón y los espacios eran bañados por la luz y el aire. Proyectaron uno de esos edificios que cuando estuviera acabado y en uso perdería buena parte de esa carga poética tan necesaria en la buena arquitectura en pos de la aún más necesaria carga funcional. Al fin y al cabo, son arquitectos, no escultores.

La arquitectura no es escultura

Cuando ese edificio estuviera acabado tendría carpinterías y suelos y puertas de paso y de emergencia. Tendría extintores colgados en las paredes, señalética y tablones de anuncios. Tendría mesas y sillas de oficina, máquinas de vending y señores desgarbados y de tez pálida que pululan con un traje dos tallas demasiado grande comprado sin mucho acierto en las rebajas y al que le empiezan a salir bolas. También lo ocuparían señoras de espíritu cansado, ojeras y sin muchas esperanzas en la vida, algún tiesto con una planta seca, cortinas enrollables en filtro solar de poliéster (5% factor de apertura), impresoras, papeleras, butacas, trípticos de la Diputación Provincial de Soria, máquinas de agua y en la cafetería olería a una mezcla imposible de aceite añejo, café malo y absoluta desesperanza.

Volúmenes encerrando un vacío de gente

Afortunadamente, por una vez, los hados fueron propicios para la poesía narrada en hormigón. También para las cigüeñas. El mastodóntico proyecto se paralizó por la crisis, por los costes, por los jueces, por los ecologistas. Se paralizó porque era ilógico, desmesurado, brutal, disparatado, arrebatador, hermoso.

Hermosamente inacabado

Era una construcción salvaje en un entorno natural protegido. Era un dislate en todos los sentidos amparado por la burbuja inmobiliaria y por la construcción de viviendas a su vera. Era incomprensible e injustificable. Era atroz y era sublime. Era una catedral gótica que emergía resplandeciente y desafiante en medio de la nada.

Una catedral gótica en medio de la nada

Como les digo, el proyecto se paralizó en 2014, 4 años después de que se pusiera la primera piedra, y lo hizo en ese punto hipnótico en el que no es nada y lo es todo. Hormigón. Sólo hay hormigón y alguna ferralla que asoma en esta maravilla inconclusa.

Hormigón y alguna ferralla, nada más.

Hormigón, espacio y luz. Sin máquinas de café, sin sillas ni cajoneras rodantes de tres cajones con cierre mediante cerradura y sistema antivuelco. Aire, vacío atrapado en una geometría pura, compleja y contundente; sin desesperanza, sin máquinas de fichar, sin almas asoladas por el tedio. No hay señores calvos, gordos con bigote y sobaco sudado ni señoras ajadas con las tetas caídas y rictus mortecino. Tampoco hay muchachos de pectorales perfectos, piel morena y sonrisa irresistible ni chicas esculturales y sofisticadas. No hay gente amable ni gente amargada. No hay buenas personas, siempre dispuestas a ayudar, ni sabandijas inmundas. No hay estúpidos ni hay incautos.

Hormigón envolviendo aire y un poco de luz.

No hay ser humano: una arquitectura arrebatadoramente incompleta.

Se dará cuenta el agudo lector que quien les escribe tiene sentimientos encontrados. Como decía un profesor que tuve respecto a la Villa Mairea, esta ruina-no-ruina es una permanente conciliación de opuestos. Me parece en las antípodas de la más elemental sensatez y me parece maravillosa. Me parece una locura y me parece exquisita. Si fuera una persona podría decir que la odio, me cae bien y me es indiferente; pero no es una persona. Recuerden: no hay personas. Mejor.

Sin gente es mejor. Siempre. Todo.

Mi primer encuentro con esta construcción fue en el ya lejano año 2017, en febrero, en compañía de Don Gabriel Urbex Gallegos y Doña Sonia Gant Volpini. Éramos jóvenes y afrontábamos la vida con desparpajo y descaro. Nos poníamos el mundo por montera y queríamos hacer fotografías. Nada ni nadie nos podría detener.

Nada nos podría detener.

¿Nada? ¿Nadie?

En aquel momento, cuando uno se acercaba al páramo postapocalíptico que son las inmediaciones del PEMA, parecía que entraba en una suerte de distopía ciberpunk en la que el ser humano había sido vencido y, por fin, la naturaleza iba recuperando lo que era suyo. En lontananza emergían las cúpulas y junto a ellas, como una insignificante mota de polvo, el coche del vigilante que, impertérrito, vigilaba el acceso.

Conocimos al amo del calabozo.

Nos acercamos con paso firme y cargados hasta los dientes con nuestros carísimos equipos fotográficos. De frente, por el centro de la gran avenida, a pecho descubierto -es un decir, era febrero y en Soria hace frío-. Nos imaginamos las largas jornadas invernales de ese hombre sin que nunca pasase nada ni se acercase nadie por allí en meses. Supusimos que estaría al borde de la locura. En el último momento, en un dribling maestro, giramos a la izquierda y atacamos el perímetro de la finca, que estaba protegido por una ligera valla, por su flanco Este. «Todo cerramiento tiene un punto débil», dijo Gabriel, quien ya apuntaba maneras para lo de la exploración urbana. Efectivamente, lo había y lo aprovechamos. Pasamos por debajo y logramos nuestra misión: estábamos dentro. Ante nosotros, nuestro destino.

Ese interior…

La alegría y la emoción duraron menos de lo que duró el pincho de tortilla que comimos antes de afrontar este ataque definitivo. «¡EH, VOSOTROS!» dijo alguien perturbando nuestro gozo. «QUIETOS». Era el maldito vigilante, un hombre que parecía muy celoso de su trabajo y a quien aquellas jornadas llenas de soledad le habían pasado factura, sin duda. «ESTÁIS RETENIDOS. La Guardia Civil viene de camino, acompañadme a la puerta y no hagáis tonterías». ¿Estamos «retenidos«? ¿En serio? ¿De qué película se había escapado aquel hombre?

Retenidos como canarios en una jaula de oro.

Sin saber por qué, le seguimos en silencio, mascando nuestra derrota. De repente éramos el crío que hace novillos y es pillado cuando espera cabizbajo en el despacho del jefe de estudios mientras llaman a sus padres. Efectivamente en apenas unos minutos se presentó una dotación del benemérito cuerpo. Nuestro pequeño guardián del templo antes de que nadie pudiese decir nada exclamó «Les he retenido dentro del recinto NO HAN INTENTADO AGREDIRME». En realidad no se nos ocurrió. Quizás debimos, pero no se nos ocurrió.

A veces se piensa demasiado tarde.

Los Guardias, cariacontecidos, nos preguntaron quiénes éramos, qué demonios hacíamos un domingo de febrero tan pronto por la mañana, en medio de la nada soriana (valga la redundancia) en vez de estar en cualquier otro sitio haciendo cualquier otra cosa. Nos preguntaron si trabajábamos para algún medio y no parecían llegar a comprender que simplemente éramos tres arquitectos idiotas (valga de nuevo la redundancia) que queríamos hacer fotos de aquella cosa.

¿Cómo no íbamos a querer entrar?

Amablemente nos requirieron nuestra documentación y nos explicaron que tenían que llamar a un alto cargo de la Junta -recuerden, domingo por la mañana- a quien seguramente no le haría demasiada gracia esa llamada. Nos contaron los avisos de bomba, las acciones de los ecologistas radicales, los problemas que le causaba ese edificio a ese señor y nos tranquilizaron con un «hombre, no creo que os pase nada, PERO…»

Sólo queríamos volar y ser libres

El vigilante, orgulloso, contó que violentamos el vallado pero que a él -insistía- no le hicimos nada. Aquello empezaba a ser personal. En nuestra defensa aclaramos, mintiendo descaradamente, que en ningún momento violentamos el vallado.

¿Acaso esto es violentar algo, Señoría?

Ese día, acabamos haciendo fotos en una fábrica incendiada de muebles en Almazán y descubriendo la interesante intervención de su Plaza Mayor. Nunca supimos más del señor de la Junta y al ir pasando los años hemos ido suponiendo que será difícil que nos procesen por nuestros delitos. De hecho, escribo estas líneas con la firme esperanza de que todo haya prescrito.

El pasado, pasado está.

Contacté con Emilio Tuñón para hacer fotos con permiso pero me contestó muy amablemente que era imposible, que ya no pintaban nada allí y que ni ellos mismos podían acceder al edificio.

Como saben, un tiempo después vino la pandemia y, por alguna razón, la Junta decidió que mantener a aquel aprendiz de súper héroe sin capa vigilando las moles de hormigón carecía de sentido. Probablemente hoy estará vigilando la ciudad de Soria desde sus azoteas, bajo una máscara y embutido en un pijama de lycra mientras los criminales se lo piensan dos veces antes de delinquir.

Vigilando en las azoteas. Ahí estará el enmascarado.

A pesar del virus la vida continuaba y, por trabajo , en Abril del 21, fui a Soria acabando, de nuevo, en el lugar del crimen. Sin vigilante, con la puerta abierta, sin señales de prohibición… pero sin haberlo planificado ni preparado, un día gris de lluvia y tormenta y tan solo armado con la pequeña olympus EM5 y el 12-40. Obviamente, ya que estaba allí, tenía que entrar y fotografiar aquello.

La olympus se comportó dignamente.

Por un lado quedé maravillado en aquel mundo brutal y descarnado. Poco antes había ido Gabriel, quien ya era un experto en estas lides, y, si mal no recuerdo, habíamos visto lo que él vio. Pero poder andar por allí en la más absoluta soledad, tan solo acompañado por las cigüeñas, la lluvia que se colaba en aquel interior que no era tal y el titilar lejano de los cencerros de un rebaño de ovejas, fue una experiencia de las de no olvidar.

Ovejas mimetizándose con el color de las cúpulas.

Quizás no sepan que servidor de ustedes, a falta de mejores dotes u ojo para la fotografía, es un maniático de los cacharros y no podía dejar pasar la ocasión de ir con la cámara gorda, el trípode y el descentrable a aquel mundo sin humanos. Al fin y al cabo la fotografía tiene que ser entretenimiento, solaz y diversión. Me divierte el mero hecho de hacer la fotografía, el inconmensurable placer del click, aunque posiblemente no sea buena, aunque con toda seguridad no la procesaré… y si soy así, así es como deben quererme. O no quererme, tampoco me preocupa, pero me voy por las ramas, dejémoslo ahí y volvamos a Garray.

Volviendo a Garray…

En Agosto de ese año volví con la cacharrería. Seguía sin haber vigilante y seguía la puerta abierta de par en par. Recorrí con gracejo y soltura todos y cada uno de los volúmenes, buscando no dejar ningún rincón sin husmear. Tratando de no correr demasiados riesgos absurdos no fuera a ser que acabase estampándome desde alguna altura letal contra el suelo. Lo cierto es que el lugar podía ser peligroso si alguien se imaginaba siendo Spiderman o si le daba por hacer el memo. Fue divertido y fue estimulante. En ese estado de la obra los espacios eran tan descarnados y brutales, tan abstractos y carentes de toda utilidad, funcionalidad o domesticidad que resultaba sobrecogedor recorrerlos.

¿Domesticidad? ¿dónde?

Hormigón, sólo hormigón y nada más que hormigón. Una colosal escultura que imaginaba semidevorada por la naturaleza, conquistada por la fauna y por la vegetación. Era hermoso imaginar el colapso de la civilización occidental recreado en una ruina contemporánea al lado de Soria.

A la vegetación solo hay que darle tiempo.

Lamentablemente mi sueño jipi tiene los días contados. Al no haber vigilancia, el edificio se empezó a vandalizar, a llenar de pintadas chusqueras, malas y carentes de la más mínima intención, gracia o explicación razonada. Empezó a ser invadido y a ser violado. Un chaval no tomó las precauciones de servidor de ustedes y cayó al vacío acabando en la UCI y, para colmo, la Junta se planteaba acabar el edificio.

Lamentablemente van a tener la poca delicadeza de acabar esto.

Hace unos meses, en Abril de 2022, volví con intenciones de hacer otro tipo de fotografía, mucho más vistosa: la de mi compañera de fechorías habitual rodeada de ese espacio magnífico interpretando un baile o algún sentimiento agazapado; pero las vallas habían vuelto y el vigilante había sido sustituido por un inexpugnable sistema de alarma que disuadía por completo de la idea de hacer una nueva incursión. Quien les escribe ya tuvo bastante con el encuentro antes relatado y si la puerta de un sitio está cerrada es que en ese sitio, probablemente, no hay que entrar.
Un mes más tarde salió a licitación el terminar 5 de los 7 edificios del complejo, afianzar la estructura e impermeabilizar. Todo mal.

Todo esto se llenará de lo anodino.

Probablemente esta poesía inconclusa de hormigón, al final, se llenará de seres humanos, de mediocridad humana, de olor a humano y de caspa humana. Se construirán viviendas en las inmediaciones, se colgarán extintores en las paredes y a la entrada habrá un felpudo. Se llenará de mesas y sillas de oficina suministradas mediante procedimiento administrativo a la oferta económica más baja y las cigüeñas se habrán ido.

Malos tiempos para la lírica.

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Como ven, no es fácil conseguir tener cosas que contar. Hay que infringir la ley constantemente y ser un apuesto forajido. ¿No se merece este derroche que compartan esta entrada?
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Verán que no hay ni una sola mención al programa del edificio. Como les he dicho, ojalá se quedase así, sin programa ni personas. Sólo cigüeñas.
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Tengo un grave problema a la hora de seleccionar fotografías: no sé discernir cuales son las mejores y me junto con una montaña imposible. Si fuese un fotógrafo de campanillas necesitaría un editor con toda la urgencia del mundo.
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Como siempre fotografías y texto de quien les escribe, ©pedro iván ramos martín. Si las quieren usar, contacten con servidor y amablemente les contestaré con la debida diligencia.
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Bonus track:

4 thoughts on “La no arquitectura: cúpulas de Garray

    • Hola, María Jesús.
      Sí, ya salió a licitación acabar varios módulos e impermeabilizar y afianzar la estructura de todo el conjunto. Será una pena descolgar un falso techo de pladur en esos espacios, pero…

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