Está siendo ésta una primavera especialmente lluviosa. Por algún motivo el que llueva es algo que no deja de hechizarme. Desde pequeño cuando pasé incontables días bajo el cielo gris y plomizo de una Galicia que regalaba ese arte con pasmosa frecuencia hasta que llegó la meseta y el secano. Fue entonces cuando la atracción se convirtió en fascinación.
Semana 5
En el instituto tenía un profesor de física que se llamaba José Antonio Rosón. Se jubiló hace años y era un hombre de pelo blanco, bajito, cara bondadosa y un retorcido sentido del humor envuelto permanentemente en una bata blanca. Siempre me gustó la física y seguramente una buena parte se lo deba a él, pero mis recuerdos de sus clases son vagos, difusos, salvo el día que nos explicó qué era un campo: un campo es la lluvia.
Llevábamos dos semanas de confinamiento total. El gobierno había decretado el cese de toda actividad no esencial, aunque, bueno, si usted era autónomo podía seguir desarrollando actividades no esenciales para sus inexistentes clientes que, a su vez, no podían salir de sus casas. Fuera de casa llovía y un rato que llovió especialmente fuerte, dentro, también. Deberíamos cambiar la cubierta de una vez.
Mirando hacia atrás darse cuenta de que millones de personas hemos estado encerradas en casa sin salir a nada durante días y días y días y días se hace extraño. El silencio en las calles vacías, la ausencia casi total de coches. No cruzarse con nadie. La desaparición de los niños. La nada. La vida parada como cuando en un VHS daba al botón de pause y la imagen se quedaba estática, temblorosa, torpemente detenida, un tanto borrosa; sin definición. Pero en el VHS, como en la vida, no convenía tener demasiado tiempo la cinta en pause porque sufrían los cabezales y hasta podía romperse.
Nos habíamos acostumbrado a una situación ciertamente extraña. Todo el mundo estaba en sus casas. Las actividades no esenciales estaban prohibidas. Salir a pasear, a hacer deporte, a vivir, era severamente castigado con multas disparatadas. Y no solo eso, nos habíamos acostumbrado a esa soledad, al aislamiento. El ir a comprar y tener que cruzarnos con otros seres humanos se había transformado en algo verdaderamente incómodo.
Afortunadamente la cifra de muertos con la que nos desayunábamos cada día iba descendiendo desde la locura de los casi 1000 muertos en 24 horas que habíamos alcanzado. Nos habíamos resignado a habitar nuestras cuatro paredes sin necesidad de salir a casi nada. Desde que se marchó Tampoquito pasar días sin abrir la puerta de la calle no suponía mayor problema, pero cuando había que cruzar el umbral una poderosa y absurda sensación se adueñaba de mí.
Tenía ganas de salir corriendo. De correr como nunca antes lo había hecho. De huir no sé muy bien de qué para ir no sé muy bien dónde, pero correr. Desafortunadamente estaba prohibido correr. Si un policía me viese dar siquiera unas zancadas para volver desde el contenedor de vidrio a casa la multa serían 601€. Si me ponía gallito, mucho más. Cada vez que salía a tirar la basura decidía no correr, lo que aumentaba mis ganas de hacerlo.
Ya saben que nunca me ha gustado correr. Creo que es precisamente por eso por lo que corro. No disfruto de la carrera como sí lo hago saliendo en bici. No me resulta fácil hacer un rodaje, flotar sin esfuerzo sobre el asfalto y dejar que los kilómetros pasen como hago sobre la bicicleta. Normalmente cuando corro me siento especialmente torpe y gordo y lento y rudo y otra vez torpe. Noto cómo cada pisada aplasta pesadamente el suelo, cómo la falta de fluidez en la zancada me convierte en un ser incapaz. La falta de elegancia es total. Soy Peter Griffin al galope. Soy el pato Donald con zapatillas. Soy Alfredo Landa corriendo por Torremolinos en 1970. Así que corro.
Verán, uno de los motivos de todo esto del diario es que no me gustaría olvidar esta colección de extrañas sensaciones que nunca antes había tenido o, al menos, no de esta manera. Durante este eterno encierro se nos ha privado de casi todo. Se nos han impuesto unas normas y unas restricciones inimaginables hace apenas unos meses. Probablemente cuando todo haya pasado y volvamos a una relativa normalidad no nos acordaremos de estos detalles porque la mente humana hay cosas que tiende a borrar o, al menos, a desdibujar.
Las situaciones cambiantes obligan a un replanteo vital constante. La inmediatez que antes suponía reunir a un puñado de selectos personajes para tomar unas cervezas en este hogar se había tornado en una distópica manera de reunirse a través de cámaras y videoconferencias. Una manera aséptica de reunión con delay, cortes y píxeles. La vida como en una cápsula espacial. La existencia humana como en un quirófano.
Notará el sufrido lector que esto debía ser un diario y, como diario, está dejando bastante que desear. Pero la vida es así. Además, por alguna razón, en esta ocasión tengo la mente especialmente deslavazada y un pensamiento laberíntico cuajado de cosas que nada tienen que ver unas con otras; aunque todo tiene que ver con todo.
No les he contado que cuando uno decide raparse la cabeza los problemas capilares desaparecen, como el pelo. A muchos el pasar semanas y semanas y semanas con las peluquerías cerradas les ha supuesto tener que pagar un alto precio estético. Afortunadamente, en Luz10 sabemos bregar en la tormenta, ajustar la mesana y capear el temporal.
Al principio les decía que Jose Antonio Rosón nos explicó que un campo físico es como la lluvia. Da igual si usted va despacio o si corre despavorido: la lluvia es constante y se mojará de igual manera independientemente de su velocidad. El único factor cambiante es el tiempo durante el que se moja y usted puede influir en esa variable. Si corre estará menos tiempo mojándose pues llegará antes a su destino, si es que lo tiene.
Sin embargo en esta situación todos atravesamos un campo en el que no se puede influir en la velocidad. No por mucho correr llegará antes al final pues el final no está en la distancia sino en el tiempo y aunque dicen que es continuo y que espacio y tiempo son uno, no termine de creérselo del todo. Y si quiere correr, simplemente, corra.
Una de las cosas buenas que tiene la lluvia es que a menudo escampa. Es entonces cuando los rayos de sol reconfortan más y el aire está más limpio. También es buen momento para poner la cristalería al sol y que los rayos ultravioleta pongan a raya a los hongos que pudiera haber. No por estar encerrado uno ha de perder las buenas formas y costumbres.
Cuando se encierra a la humanidad en sus casas y se comparten estas con niños pequeños empiezan a suceder cosas. Para nosotros, la tensión necesaria para tratar de que el heredero no se vuelva loco casi antes de empezar a vivir y, además, lidiar con el resto de obligaciones del mundo adulto hace que el fino hilo que nos ata a algunos a la cordura en ocasiones parezca desaparecer. Y no sólo por la compleja situación que vivimos sino porque aparecen factores colaterales para los que no estamos preparados. Verbigracia, los retos.
Les contaré algo, el ser humano posee la capacidad de retorcer las situaciones para llegar a las más altas cotas del surrealismo. Debe ser por eso que a alguien le pareció una buena idea el forzar a otros álguienes a meter la cara en un plato de harina, grabar el proceso y retar a más gente a hacer lo mismo so pena de romper una sacrosanta cadena infernal. Una cadena forjada en los grupos de alumnos de educación infantil durante la cuarentena. Vivir para ver.
A lo largo de esta quinta semana de encierro el Gobierno anunció que se permitiría a los niños volver a pisar la calle. Ese momento sería el 27 de abril y, realmente, muchos agradecimos la posibilidad de que el niño volviese a correr en línea recta, no en círculos alrededor del patio como un hamster que da vueltas en su rueda.
Hablando de lluvia, el lunes de la semana 6 sería lunes de aguas. Habría que amasar un hornazo, ¡qué menos!
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Continuará…
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La quinta semana del estado de alarma abarcó del 13 al 19 de abril de 2020.
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Como puede apreciar el lector cada vez cuesta más contar cosas sobre el estar encerrado en 55 metros cuadrados.
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Un texto, vivencias pandémicas y fotografías originales de su siempre fiel y seguro servidor ©pedro iván ramos martín.
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Pueden compartir esta entrada si lo consideran oportuno, tal vez les sirva para recordar algo que ha pasado hace muy poco tiempo. Si usan las fotografías citen fuente y autor.
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Bonus track: