Casi nunca sabemos cuándo esta vez será la última vez y he de confesar que eso es uno de los grandes asuntos que preocupan a mi torturada mente. ¿Podría ser éste el último post de Luz10? Es posible, pero no se hagan muchas ilusiones, al final soy de los que vuelven a volver.
Hace casi 5 años escribía una entrada en este blog, como casi todas, para no olvidar cosas. Ahora que la he releído me alegro de haber reservado un poco de tiempo para escribirla porque, efectivamente, habría olvidado casi todo lo bueno.
Verán, hace cuatro años largos sabía que llegaría un día en el que habría de cambiar mi último pañal y un día en el que el heredero no pediría el chupete para dormir. Esos días llegaron. Como vaticiné, no fui consciente de que aquella vez fue la última vez. Simplemente, pasó. Como pasó el leerle historias de súper héroes antes de dormir o como pasó el tener que ayudarle a vestirse o a quitarse el cinturón de seguridad en el coche.
Quedó a medias la lectura de un libro de El Principito, que, como todo el mundo sabe, no es un libro para niños, sino para los que un día lo fueron. Ya no me necesita para que le explique para qué le sirven las espinas a las flores. Hace casi cinco años no tenía ni idea de que vendría una pandemia a dejarnos a todos con el culo torcido ni que viviríamos pérdidas dolorosas y encuentros felices.
Decidí volver a escribir sobre él hace unos meses, cuando unos días antes cogió uno de los tebeos de Mortadelo sin pastas que le di para que pudiera destrozarlo sin demasiado dolor para mi maltrecho corazón. Eran unos tebeos raídos que posiblemente se acerquen tan peligrosamente al medio siglo de edad como lo hace quien les escribe. En algún momento perdieron sus pastas y a pesar de eso se mantuvieron en mi colección, en el montón de esos maltratados, mutilados, machacados o, incluso -y que dios perdone al malnacido que lo hizo porque yo no podré hacerlo jamás-, pintarrajeados volúmenes. Tranquilos, no es que sea un mal padre que deja la morralla a su hijito, es una mera cuestión de supervivencia de unos tebeos que no han hecho mal a nadie.
Hasta ese día había ido pasando las páginas, viendo los dibujos y leyendo algún PLAF, o un BOING, tal vez un CRASH. Poco más. Pero ese día no. Ese día fue diferente: mientras yo trataba de hacer algo productivo frente a este ordenador desde el que les escribo, empecé a oír cómo leía en voz alta empezando por la primera viñeta de la primera página: «¡Jefe! dice el Súper…»
Era una historieta corta titulada «Documentos importantes». Le escuché unos minutos y me acerqué al sofá donde se había refugiado. Junto a la ventana, entre un buen montón de cojines a modo de madriguera. Le miré, me miró, arqueó levemente una ceja y me explicó que estaba leyendo a Mortadelo y Filemón, que Mortadelo tenía gafas y se disfrazaba y que Filemón tenía sólo dos pelos. Escudriñó mi reacción desde su refugio. Volvió a lo suyo.
Siguió leyendo mientras ignoraba mi presencia y vi que una vez llegado a la última viñeta de la página izquierda, saltaba a la contigua de la página derecha. Le expliqué que primero se leen todas las viñetas de una página y luego las de la página siguiente. Me miró desde detrás de sus gafas Polaroid y volvió a empezar mientras yo regresé delante del ordenador. — «¡Jefe! dice el Súper…»
Al poco, sintiendo lo que debió sentir Howard Carter al descubrir la tumba intacta de Tutankamon, no pudo esconder su euforia: — Papá, eso que me has dicho de cómo leer el cómic TIENE SENTIDO.
Puede parecer algo anecdótico o baladí, pero en ese preciso instante y con un tebeo de Mortadelo y Filemón descubrió el infinito placer que supone el oscuro vicio de la lectura de tebeos. Su vida no volverá a ser la misma. Alucinado, se enfrascó en una lectura en voz alta que comencé a grabar a escondidas en video durante unos minutos. Llevaba cerca de una hora sin parar cuando me fui a hacer rodillo. Cuando regresé la tarde había avanzado y apenas había luz. Él seguía allí, ajeno a esa falta de luz y al mundo que le rodeaba. Al parecer se siente cómodo en la penumbra. ¡Bien!, algún día leerá el Elogio de la Sombra, de Tanizaki.
Pero en aquel momento no podía parar de leer la historieta de Mac el Enanito. Me duché y volví al tajo. Casi otra hora después le dije que ya tocaba merendar y que descansase un poco. — Vale, pero ¿puedo seguir leyendo luego? — Dijo.
Estuvo más de tres horas leyendo en voz alta su primer Mortadelo y a mí, que pasé mi infancia, adolescencia y buena parte de incipiente juventud entre viñetas me sacudió un escalofrío. El escalofrío que sacude a uno cuando es consciente de que eso, exactamente eso que sucede en ese instante, es vivir la vida.
A veces, en un exceso absurdo de futuro, siento nostalgia de lo que aún no ha sucedido. Cuando, por ejemplo, recuerde con añoranza estos momentos mágicos que va regalando un día sí y otro también mientras él se ha convertido en un adolescente indolente y desgarbado o en un adulto que vive su vida. Es como debe ser, precisamente desde el minuto uno es en lo que andamos liados su señora madre y yo: tratar de hacer que él sea él y que pueda vivir su vida de la manera más plena posible. Mientras tanto, nosotros disfrutaremos de todo esto.
Me gusta oírle jugar cuando no es consciente de que alguien le está escuchando. Disfrutar de ese torrente de imaginación que se esconde en su pequeño cuerpecillo. A veces grita mientras se acerca — PAPÁ TE NENESITO.
Alarga su mano y me ofrece alguna pieza imposible de Lego que se resiste a ser desmontada. Le separo las piezas. —Gracias, papá.
¿Saben?, está creando un UNIVERSO con Lego. Lo construye y destruye cíclicamente creando una versión siempre mejorada de lo anterior.
Cuando era un piojo de dos años e iba a la guardería, precisamente en aquel 2018 en el que escribí la entrada de la que les hablaba al principio de ésta, le decíamos que era un niño. Él se ponía muy severo y nos espetaba — que no soy un niño, QUE SOY UN NENE. ¡UN NENE!.
Sigue diciéndolo.
Va a ser realmente difícil dejar de llamarle Nene pero supongo que en algún momento habrá que hacerlo. El caso es que encuentro sumamente poético que diga «te nenesito». A él le gusta que le llamemos así, Nene, así que lo disfrutaremos mientras dure.
Particularmente me emociona más el hecho de que descubra lo grandioso de leer un tebeo antes de dormir que esa extraña añoranza de no llevarle acurrucado en un pañuelo cuando voy al supermercado, que era muy bonito, pero llegó un día que fue el último día. No sé si habrá un punto de inflexión pero hasta el momento cada vez me resulta más y más fascinante ver cómo se va desarrollando esta pequeña personita. Siempre hoy es mejor que ayer, como su universo de Lego.
Me hechiza observar cómo es capaz de plasmar sus emociones y transmitir sus sentimientos e inquietudes. ¿Saben?, hace unos meses ha empezado a dibujar un cómic, lo que con 6 años me parecía algo maravilloso. Ahora está algo aparcado porque centra sus esfuerzos en CREAR.
De momento sigo disfrutando este día a día. Sigo saboreando cada mañana cuando vamos al cole como vengo haciendo desde el primer día que fuimos a la guardería. Trato de capturar el preciso instante en el que, de repente y sin venir a cuento nos mira y dice — Mamá, papá, ¿A que nos queremos mucho?.
Ya se le han caído cuatro dientes, primero dos inferiores y luego los paletos, todos ellos felizmente recuperados. Mientras tanto, por las noches, cuando después de leer nos llame para ir a la cama, seguiré viviendo muy intensamente cada segundo.
Estará debajo del nórdico y cuando me acerque saldrá gritando ¡BUH!, preguntando si me he asustado. Y nos pedirá un abrazo triple y nos fundiremos en un solo ser con él en el punto culminante de lo máximo a lo que puede aspirar un ser humano. Al menos el ser humano que les escribe.
Algún día será el último abrazo triple y algún día será el último que me diga que me nenesita. Por supuesto yo no lo sabré, pero he aprendido a disfrutar cada vez que pasa, como si fuera la última, y trataré de que no se me olvide nunca esa inigualable sensación. Como siempre, trataré de capturarla con una cámara de fotos, como siempre pensaré que debo perfeccionar mi técnica de capturar el tiempo.
Quién sabe, tal vez si algún día se me olvida, pueda volver a leer esto que le estoy contando a usted y al mundo entero y vuelva el reconfortante recuerdo de estos momentos mágicos. Puede que al volver a ver las fotos ese recuerdo vuelva nítido a mí. O puede que lo lea él y descubra todo esto que voy guardando celosamente.
Debería dejarle una nota.
Hola, Nene del futuro, si lees esto, que sepas que has sido nenesario para que tu padre haya entendido lo que es vivir o, mejor dicho, lo que es la vida. Una vez te pusiste muy pensativo y me dijiste desde detrás de tus gafas: «¿sabes? lo mejor que se puede estar en la vida es tranquilo-contento». Entonces se marchó la ansiedad y los agobios y todo lo que no era importante. Con menos de siete años convertiste en mi mejor maestro de vida. Ahora, empezando esos gloriosos siete, la cosa irá a más. Siempre lo hace. Gracias, Nene.
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No les he contado que, por supuesto, hubo un día en que fue su primer día de ir en bicicleta pedaleando sobre dos ruedas (jamás usen ruedines para enseñar a sus hijos). También hubo un día que que fue capaz de superar la cuesta de la hierba que sube y baja él solo o que superó montado sin ayuda el escalón de antes del cole. Un día se puso de pie encima de los pedales y un día volvimos a casa por la carretera. Todas estas veces, una vez más, la magia se hizo. Habrá un día que sea el último día que monte en la silla que llevo en la bici y le lleve a algún sitio. Los importantes son los otros días que les he dicho.
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También hubo un día que fue su primer día encima de una moto. Los siete años parecían muy lejanos hace siete años, pero… la vida no se para.
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Aunque hace tiempo que habla perfectamente, sigue diciendo «por efenclo». Reconozco que muchas veces no se lo corrijo. Lo del leísmo es una cruzada contra la que combato a brazo partido.
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Ayer me dio una lección de madurez y responsabilidad que creo que me va a costar asimilar. Realmente, como decía su bisabuela Pascuala, es un niño muy especial.
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A veces juega a convertirse en su alter ego perruno: Trick. Me parece un nombre fantástico para un perro.
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Ya saben que ha sido necesario vivir la vida para escribir esta entrada. Pueden compartirla o no, hace ya muchos años que nadie lee blogs. Escribir esto tiene otro sentido, creo.
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Las fotografías y el texto son originales de su fiel y seguro servidor © pedro iván ramos martín. No las usen, ¿Para qué demonios querrían usarlas?
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Bonus track.