El despertador sonó puntualmente a las 6:36 h y el calendario decía que era lunes.
Maldije breve e intensamente ese momento y recordé cuando mil agujas al rojo atravesaban mi espalda cada día al despertar. Ya no lo hacían. Me reconcilié con la vida y me levanté de la cama sintiéndome un tipo afortunado.
semana 1
Cuando uno está empezando un confinamiento indefinido por una epidemia que está azotando al mundo entero no sabe muy bien por dónde va a salir la cosa ni qué es lo que se debe hacer. Se pueden hacer conjeturas y tratar de imaginar distintos escenarios. Se pueden suponer cosas con la absoluta certeza de que no se tiene ni la más remota idea sobre lo que se está especulando. De hecho parece que ni los propios expertos saben cual es el marco exacto en el que nos encontramos.Por algún motivo pensamos que mantener las rutinas habituales en la medida de lo posible sería una buena idea.
Convencidos de que no podíamos estar convencidos de nada, eso fue lo que se empezó a hacer en la casa en la que habito sin la certeza de que hacer lo que parece una buena idea sea, en realidad, una buena idea.
Me considero una persona un tanto anárquica en muchos aspectos. Nunca he soportado demasiado bien las imposiciones, las órdenes o el tener que hacer algo porque hay que hacerlo. Salvo las cosas que me autoimpongo, naturalmente. O las cosas que me tratan de imponer ante las cuales me rebelo muy vehementemente y luego, quizás, pienso que tal vez es lo que debe hacerse. Y lo hago.
No soy tan metódico ni tan obstinado como debería. No soy tan meticuloso como para conseguir llegar a la excelencia en casi nada. Baso mucho de lo que hago en una especie de nebulosa abstracta en la que confío a la hora de hacer o no hacer las cosas. Podría ser instinto, podría ser hacer lo que me pide el cuerpo. También podría ser insensatez o que durante cuatro décadas haya ido teniendo la suerte de los tontos para mantenerme con vida, bien alimentado y mejor acompañado. De cara a enfrentarme a una crisis global no tengo demasiado claro si todo esto es bueno o malo, pero es lo que hay.
Como digo decidimos que había que mantenernos dentro de la mayor normalidad posible. El despertador sigue sonando a su hora y a pesar que siempre he sido un alma nocturna me levanto antes de que despunte el alba. Los 90 me enseñaron a dormir poco y algo en mi interior me impulsa permanentemente a hacer lo contrario de lo que me resultaría más cómodo. Sobra decir que a pesar de levantarme pronto sigo acostándome tarde.
Una de las cosas que trae una crisis sanitaria global que obliga al confinamiento de centenares de millones de personas en sus casas es que los que tenemos descendencia en un momento preciso e inquietante nos damos de hocicos con el temido -con razón- cole en casa. El horror ha llegado.
El mecanismo para reproducirse es sumamente sencillo y placentero. Al alcance de quien lo intente con interés y pericia. Después todo se complica de manera exponencial. Posiblemente uno de los picos de la curva sea el momento en el que hay que enfrentarse a la educación de un hijo de cuatro años encerrado en casa debido a un coronavirus.
Se produce una situación curiosa e imprevisible. El vástago está ahí, mirando inquisitivamente, observando, evaluando nuestras acciones. Nosotros, pobres humanos, es ahora cuando recordamos las chanzas que se hacían con los profesores y maestros en la época universitaria entre ríos de kalimotxo y océanos de cerveza. No nos engañemos, esto no es Finlandia donde los educadores tienen el prestigio social que se merecen. Aquí se decía que su carrera era pinta y colorea. ¿Y ahora, qué?. Ahora la realidad de ser un completo inútil para con tu hijo golpea desairadamente y con la mano abierta dándonos un baño de humildad.
Es un niño pero eso no implica que sea estúpido por lo que tratamos de interactuar con él de una manera normal; esto es, no estúpida -puede parecer obvio, pero tendrían que ver a algunas presuntas personas cómo tratan a los niños-.
Sabe que hay un coronavirus y sabe que no hay cole. Sabe que tenemos que estar en casa y que no podemos ir al parque porque nos detendría la policía y acabaríamos en la cárcel -si él lo dice nosotros no somos nadie para llevarle la contraria-. Así las cosas llega el temido momento cuando le anunciamos que a partir de esa mañana de lunes el cole será en casa. Por alguna razón tiene cierta habilidad para levantar una sola ceja expresando extrañeza. Lo hace.
Se pone el babi. Los botones amarillo, verde y rojo se enhebran con cierta dificultad. El verde del cuello, el de más arriba, no lo consideramos necesario; no vamos a criar a un estirado. Echamos en falta un botón azul en el diseño multicuadriculado rojo y blanco de la prenda. El niño observa, espera nuestro siguiente movimiento. Sabe que haremos algo estúpido y torpe, puede oler nuestro miedo.
— ¿Qué haces, papá?
— Nada.— digo mientras pienso «¿y ahora qué, genio?» tratando de que no se note que no tengo ningún plan.
— ¿Sabes? mientras haces nada me voy a subir en mi trono. — improvisa un trono con unos cojines y se sube en él. Me mira fijamente, retándome.
— Bien, pues… ehm…vamos a hacer la asamblea —en algún momento había oído que en el cole hacían una asamblea antes de empezar cada clase.
— La asamblea, ¿Con quién? — pregunta.
— Pues, ¿con quién? ¿Cómo que con quién?
— La asamblea es con los compis y en casa no tengo compis.
— Eeeeh, sí, claro, pero ahora los compis -¿no odian esta palabra?- están en sus casas, encerrados. Como tú.
—Es que sin compis no se puede hacer la asamblea. — el maldito niño, me tenía contra las cuerdas y castigaba mi hígado. Disfrutaba con la situación.
— Pues, a ver —observo la caja de madera de su habitación — la haremos con Spiderman Rojo, Batman Negro, Pollito, el playmobil Ninja y… y… y ya está. — confié en que no advirtiera la gravedad de cruzar los universos Marvel y DC así, a lo loco, en el mismo plano espaciotemporal en una asamblea presidida por él con Pollito como ayudante. Eso podría colapsar el Universo tal y como lo conocemos. Una gota de sudor frío recorre mi sien.
— ¡Vale! —exclamó satisfecho
De alguna manera salí airoso y traté de empezar a hacer cosas de cole con desigual fortuna. Su madre, mucho más hábil en estas lides parece mejor dotada para dominar este tipo de situaciones. Se le ocurren bailes y cánticos. Se le ocurren juegos y acertijos. Se le ocurren aventuras y mundos y personajes y cuentos y es dulce y agradable. Y yo, pues escribo cosas como las que ustedes pueden leer aquí. Aún así, de alguna manera, el niño me quiere.
Lo importante es mantener la rutina. ¿Qué pandemia no se ha superado gracias a mantener la rutina? Mantengamos la rutina.
Pero me temo que más que cánticos y bailes le enseñaré a cocinar y a ver bichos en el patio. Aprenderá números y qué pasa si mezclas colores y cómo nace una planta y por qué ahora se despereza la higuera.
Durante este tipo de confinamiento empiezan a suceder cosas bastante extrañas. Una de ellas es darse cuenta de que los planes no inmediatos son, en general, absurdos. El futuro puede ser o puede no ser. Ahora el futuro no es. Ahora sólo hay presente y cuatro paredes. Posiblemente sea suficiente, al menos de momento, al menos para mí.
Cada día los informativos abren con el número de infectados y de fallecidos. Las cifras son siniestramente brutales. Tanto que con el paso de los días uno se acostumbra a oír que lo que hasta hace poco era una gripe ahora siega la vida de cientos de personas a diario. Es lo que consigue la rutina. Nos anestesia de toda emoción. Nos vuelve insensibles, ciegos y sordos. Nos transforma en amebas y se ríe en nuestras inermes caras mientras un hilillo de baba recorre la comisura de nuestros labios.
Manteniendo la rutina derrotaremos al virus.
A pesar de todo siguen sucediendo cosas. Aparentemente menos, pero quizás ese sea el truco, jugar con las apariencias. El mundo debería seguir girando. Pero la rutina nos ha anestesiado. ¿Y si se ha parado?. La bicicleta colgada de la pared sigue esperando volver al asfalto, ajena a todo.
En esta primera semana de encierro uno de los eventos que tuvo lugar y que estaba llamado a festejarse en tierras norteñas fue el cumpleaños de uno de los cómplices habituales de quien les escribe. Estaba previsto viajar a Asturias pero a estas alturas, estimado lector, usted ya sabe que planificar algo es tan solo un susurro en la tempestad. Y la tempestad se ha llevado todo por delante.
De todas formas nos reunimos y el homenajeado sopló unas velas y comimos y bebimos, claro. Y hablamos y reímos. Pero estábamos a un universo de distancia cada uno. Encerrados en nuestras casas y con ese sucedáneo de todo que es la tecnología ¿Será así el futuro?¿será así la nueva rutina?¿volveremos a saborear la buena compañía y una buena cerveza tras otra buena cerveza en un bar decadente? Desde luego parece que en un futuro cercano, no.
De esta manera a un día le sucede otro día. Siguiendo la sempiterna rutina monocorde. La rutina de siempre pero completamente distinta. Todo es espeso, gris y plano si se deja que así sea. Pero a esta vida no hemos venido a ser absurdos seres viscosos como la mayoría. Hemos venido a brillar. Quizás nunca tendremos el fulgor infinito de un quásar ni el poder de una tormenta solar. Pero en nuestra pequeña burbuja nos esforzamos por que el brillo de nuestra insignificante ascua siga siendo nuestra particular aurora boreal, que siga reconfortándonos siendo nuestro más íntimo refugio y que siga haciendo que nos movamos, que vivamos. A pesar de todo.
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Continuará.
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La primera semana del confinamiento abarcó desde el 16 al 22 de Marzo.
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Un texto confinado y unas fotos hechas con una Olympus Pen F y un 17 mm en blanco y negro sin más. Siempre originales de su más fiel servidor © pedro iván ramos martín. Si le ha entretenido, puede compartirlo. Si quiere usar alguna foto, cite autor y procedencia, pero ¿por qué iba a querer usar alguna foto?
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Bonus track.
Haciendo magia de la rutina. Como siempre me ha encantado. Gracias por el ratito y por la parte que me toca como docente.