Llamaron a la puerta y ella la abrió. Pasaron. Él me miró y, señalándome, dijo: «así que es a éste al que tenemos que llevar».
Así es como le conocí un veinte de febrero de mil novecientos noventa y ocho, pasada la media tarde.

Llamaron a la puerta y ella la abrió. Pasaron. Él me miró y, señalándome, dijo: «así que es a éste al que tenemos que llevar».
Así es como le conocí un veinte de febrero de mil novecientos noventa y ocho, pasada la media tarde.
Los arquitectos tenemos el sambenito de ser endogámicos, egocéntricos, estirados y de vivir en una realidad paralela. Vestimos de negro y unos días comemos niños y otros levitamos un palmo sobre el suelo.
Puede que sea cierto. Nos han dado un accésit en los IX Premios de arquitectura de Castilla y León y el poso que queda no es ni dulce ni amargo. Es, quizás, ácido.