© Pedro Ivan Ramos | Fotografia | luz10.com

Diálogos i

Para conmemorar el día en el que Marty McFly viene a vernos al futuro, vamos a iniciar una serie de entradas en las que transcribiré lo que quise decir en la charla impartida en el Museo Patio Herreriano de Valladolid englobada en el ciclo de conferencias que con motivo del día de la Arquitectura orbitaban en torno a la exposición de Hans Wegner 18 Sillas, un frutero y un mueble Bar.

Así que sin más preámbulos les dejo conmigo mismo.

Mi intención no es dar una clase académica sobre Hans Wegner o el diseño danés, pues tanto en la introducción que hizo Primitivo González en la inauguración, como en la ponencia de Nieves Fernández  del jueves pasado y la de la semana que viene a cargo de Pedro Feduchi pienso que hay suficiente información como para que yo pueda ir por libre y tocar el tema del diseño de mobiliario desde otra perspectiva como es su relación con la arquitectura.

Como habrán visto en el cartel el título es Diálogos: entre el objeto y la arquitectura y en el fondo lo que voy a exponer no son sino unas reflexiones sobre este tema basadas en mis vivencias personales tanto en mi faceta de arquitecto que visita a otros arquitectos con el oscuro deseo de vender muebles como de temas que he ido viendo y plasmando en fotografías a lo largo de distintos viajes.

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La elección de esta imagen para el cartel de la charla no es casual. Se trata de la sala de estar de la casa de Alvar Aalto en Munkkiniemi. Posiblemente uno de los lugares más íntimos que diseñó el arquitecto y en el que nos podemos encontrar una serie de objetos que ocupan y dialogan con la arquitectura en la que se sitúan: el piano, la silla, el retrato de Aino, la lámpara colgante, el sillón, la butaca, la lámpara de pie, las sillas que se ven, al fondo, en el estudio, los estantes, la fotografía de Alvar y Elisa… y otros pequeños objetos.

Ese espacio se diseñó con el piano como elemento primordial. Junto a él se han colocado varias piezas diseñadas por Alvar y Aino Aalto como la butaca o el jarrón, también está la mesa con la pata X, las lámparas, el prototipo de mueble para los puros… la lámpara de cartón que está sobre el piano es un diseño y regalo de Paul Henningsen y el sillón orejero es un diseño… desconocido. No se conoce el fabricante ni el diseñador, pero era el sillón favorito de Alvar Aalto. Posiblemente uno de los lugares en el mundo en los que más agusto se sentía. No es difícil imaginarle con una copa en la mano al calor del fuego mientras fuera un gélido manto blanco lo cubre todo.

Una serie de objetos que se relacionan entre sí, que hablan de sus usuarios y que  dialogan con la arquitectura.

Más tarde volveremos con Alvar Aalto, de momento le dejaremos apurando esa copa.

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Decía un arquitecto portugués que no era muy distinto proyectar una casa o un puente que una copa de vino de Oporto.

Cito:

No es tan distinto. Siempre es una cuestión de diálogo, de atención. Para hacer una copa de vino de Oporto tengo que hablar con los enólogos, con los productores, con la industria del vidrio. Para hacer un puente tengo que hablar con el ingeniero, con el equipo encargado de los problemas de tráfico. Puede que sea más complejo, pero en esencia es lo mismo. El trabajo de un arquitecto es un trabajo de diálogo, de atención.

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Este arquitecto se llama Álvaro Siza y pertenece a esa especie de arquitectos «totales» que son capaces de diseñar todo en sus edificios: desde la ordenación y urbanización de la parcela a la manilla de la puerta o la silla del puesto de recepción. Ya se sabe que para Mies el ámbito de su oficio iba del tirador a la ciudad.

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Y es que, generalmente, la arquitectura no se usa en su desnudez prístina e inmaculada. Al final los contenedores se llenan de contenido, generalmente trastos y bichos: muebles y personas.

Muchas veces es una situación incómoda para el arquitecto el doloroso momento en el que hay que llenar el espacio, SU ESPACIO, con todo tipo de chismes y cachivaches y por eso en no pocas ocasiones se trata de hacer las fotos antes de que ocurra el desastre de la ocupación. Pero entiéndanme, amigos arquitectos, esto es necesario por dos cosas:

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La primera es porque de alguna manera tenemos que ganarnos el pan los que vendemos muebles. La segunda, y casi tan importante como la primera, es que los espacios se diseñan para ser utilizados por personas o, al menos, por seres humanos.

No puede haber una biblioteca sin estanterías,

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un comedor sin sillas,

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Una cafetería sin muebles y personas

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un museo sin vitrinas

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un auditorio sin asientos.

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O un colegio sin un banco ciempiés.

El mobiliario y equipamiento de un interior es algo necesario para darle la usabilidad y el confort que se supone debe tener. Representan esa mínima escala que está directamente en contacto con el usuario. Ese vínculo directo entre el ocupante y el contenedor. Al final es lo que se ve, se siente, se toca…  recuerden: generalmente la arquitectura se diseña por y para personas. El mobiliario también.

Esta concepción y visión de la arquitectura y el amueblamiento es, por supuesto, particular de quien les está hablando y es por eso que estamos intentando hacer un recorrido a través de imágenes propias de lo que quiero decir.

Por supuesto hay otras vías y corrientes en las que ese papel del usuario pasa a un segundo plano. O a un tercero… o quizás, directamente el usuario le da de lado al proyectista. Bien podría ejemplificar esta corriente como ninguna otra la vedette por excelencia, la starchitect por antonomasia, la diva entre los divos. La muy paramétrica, inefable y desbordante Zaha Hadiz.

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Esta señora, básicamente, se pasa por el forro todo lo expuesto anteriormente. Servidor de ustedes ha tenido la desgracia de visitar en alguna ocasión esa creación del mismísimo Belcebú que es la estación de bomberos en el parque de atracciones para arquitectos… perdón, esto lo tengo mal apuntado, quería decir la estación de bomberos en el Campus Vitra en Weil am Rheim, que supuso la primera obra construída de la iraquí. Un edificio absolutamente inutilizable.

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De hecho este sinsentido toma su máxima expresión cuando uno se entera de que lo que debería ser el garaje de los caminoes de bomberos es en realidad un espacio no sabría decirles si oblicuo o diagonal en el que se expone la orgullosa colección de sillas del señor Vitra, a la sazón, Rolf Fehlbaum.

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claro que cuando por alguna razón no está dicha colección de sillas que en su mayoría no sirven para sentarse, el espacio es aún más inquietante.

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Pero a esta mujer hay algo que no se le puede reprochar: la coherencia. Al igual que diseña edificios tontos, caros e inutilizables, hace lo propio cuando hablamos de mobiliario. Por lo que vemos, lo que decía Siza va camino de poder ser una verdad universal e inmutable: esta señora sigue el mismo proceso para diseñar un pabellón puente que para un sofá y, en el fondo, también dialoga: ella consigo misma.

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Afortunadamente hay otros diálogos más fructíferos que nos permiten seguir teniendo fe en la raza humana en general y en los arquitectos en particular.

Por ejemplo, y ya que estamos en Vitralandia, tenemos el caso de los Eames. Charles era arquitecto y Ray no lo era. Prácticamente toda su labor profesional se centró en el diseño de mobiliario aunque firmaron alguna piececita de arquitectura como su casa estudio, estampados o cortometrajes y fotografías.

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Este diálogo y atención fluía entre ellos, analizaban cada situación, desde las necesidades de una sociedad como la estadounidense de postguerra para dar soluciones reales a problemas de esta época como a las inquietudes y necesidades de comodidad superlativa de Billy Wilder .

Claro que cuando llegaron los Eames este tema del diseño industrial, de los muebles y demás ya estaba bastante avanzado. Pero si miramos hacia atrás, si buscamos en las fuentes mismas de la arquitectura MODERNA comprobamos que estos diálogos se produjeron desde un principio.

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Verán, en el origen de los tiempos la Tierra era una bola de fuego que surcaba el espacio sideral. Después se enfrió y llegó Le Corbusier, pero antes lo hizo Michael Thonet quien ideó y patentó un sistema de curvado de la madera con vapor que lo cambió todo. Además diseñó, allá por 1859, la silla número 14: una revolución absoluta que nació 28 años antes que el propio Le Corbusier.

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El Corbu, que era listo como un conejo, estableció una inquebrantable relación con Thonet y en muchos de sus interiores colocó estas sillas. En especial la 209 que según dicen, es la favorita de los arquitectos y aunque no lo crean ya la han visto en esta presentación.

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Pero alguien listo como un conejo y habilidoso como él solo no iba a quedarse ahí. Hacia 1927 llamó a la puerta del estudio una pizpireta diseñadora de nombre Charlotte Perriand. El suizo, por lo visto, le espetó que en aquel sacrosanto lugar de producción arquitectónica «no bordaban cojines» y  la echó de allí.

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El primo del arquitecto universal, Pierre Jeanneret, con quien compartía estudio, le debió decir que si estaba tonto o qué y en uno de estos finales felices, volvieron a llamar a la diseñadora de cuya mente salieron los mejores diseños de mobiliario «de Le Corbusier». El suizo proyectaba el contenedor y firmaba el mobiliario. Un mobiliario que dialogaba maravillosamente con aquellos contenedores brutalistas y modernísimos pero que en realidad no era tan «de Le Corbusier» sino más bien de Perriand.

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De hecho, este mobiliario de Perriand dialoga con cualquier arquitectura que esté a su altura.

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Además, un dato muy significativo es que, por ejemplo la LC4, la famosa chaise Longue de Perriand -insisto- tiene la friolera de 86 años. 86 años y sigue siendo actual. Es algo maravilloso.

Pero bueno, el caso es que desde principios del XX, en aquellos locos y convulsos años felices y de Vanguardias ya se establecía una intensa relación entre arquitectura y mobiliario. Entre diseñador de muebles y diseñador de espacios que como hemos visto no siempre coincidían en la misma persona. Se concebían los espacios para ser habitados y colonizados por artefactos tan maravillosos como estos. Y no solo se concebían así los espacios. También se concebían esos artefactos. Se diseñaban con la intención de que estuvieran en un lugar determinado, en un entorno determinado y que fueran expresión de un tiempo determinado.

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En estos años otra de las deidades modernas, Ludwig Mies van der Rohe, también hizo sus pinitos. Por ejemplo, diseñó un pabellón neoplástico para que Alemania luciese en la Feria Universal del 29 en Barcelona.

Quizá pueda sorprender como la mente del genio alemán fue capaz de concebir un espacio que fluía entre la geométrica pureza acerada de sus muros y pilares en un orden ortogonalísimo. Recio. Germano. Un orden y una rectitud a los que, de repente, le daban su contrapunto una cortina de terciopelo rojo que el mismísimo David Lynch hubiese querido para sí, una suave alfombra negra y la archifamosa butaca Barcelona.

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Un momento, detengámonos en esta butaca:

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hay algo extraño. Algo que parece ajeno y desconcertante: hay curvas. Curvas que dialogan con la severidad del edificio, que establecen esa escala intermedia entre el hombre y la arquitectura. Curvas que no salieron del lápiz de Mies, sino del de Lilly Reich, su ninguneadísima socia.

Curiosamente el mundo de la arquitectura y el diseño está lleno de vasos comunicantes. Y de fructíferos diálogos.

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Continuará

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Espero sepan perdonar la extensión de esta y las sucesivas entradas pero una hora hablando da bastante de sí.

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Siempre es grato que se acuerden de uno y le inviten a eventos de este tipo. Más si cabe viendo el elenco de arquitectos, sabios todos ellos, con los que compartía cartel entre los que servidor no podía sino sentirse muy, muy pequeño.

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Como no podía ser de otra forma, textos y fotos de su seguro y fiel servidor © pedro iván ramos martín

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Si asistieron a la conferencia, compartan con quien no tuvo la desdicha de estar presente. Y si no estuvieron, compartan para hacer feliz a un pobre bloguero.

 

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