… Salmantica non præstat.
Verán, en Finlandia los inviernos son largos y las chicas son rubias. También los chicos, pero las chicas más.
Y es un rubio que, al contrario de lo que pasa en la meseta castellana, no sale de un bote de farmatint ni es producto de ducharse con agua oxigenada. Es algo que les da la naturaleza y, por lo visto, ellos están muy agradecidos y lo manifiestan con un amor y un respeto superlativos a esa dama salvaje, brutal y generosa.
Cuando uno se acerca a Finlandia en avión y las nubes le permiten ver dónde demonios va a posar sus pies empieza a comprender muchos temas y conceptos que poco a poco han ido calando y se han quedado en su ideario arquitectónico personal. Uno de ellos es el claro en el bosque.
Durante años en un buen puñado de clases teóricas profesores expertos en arquitectura escandinava recurrían sistemáticamente a ese concepto en las obras de los más grandes arquitectos nórdicos: Lewwrentz, Utzon, Aalto, Asplund… y la verdad es que hay que sobrevolar estos países para darse cuenta de que son un tremendo, tupido e incesante bosque boreal de coníferas salpicado aquí y allá por esbeltos abedules y cuando se produce ese claro tiene algo de mágico y excepcional.
Es cierto que al Norte la Taiga se convierte en Tundra, aunque salvo a tres o cuatro lapones, a nadie le importa y me desmonta parte de lo que les estoy contando así que quedémonos en que estamos en medio del más colosal de los bosques y no mareen.
Al igual que Noruega tiene en su costa cuajada de fiordos su seña de identidad, en Finlandia hay algo que la diferencia -y de qué manera- del resto de sus primos norteños. Y es que Finlandia es la tierra de los mil lagos.
Este país es el sexto con mayor superficie de Europa con casi 400.000 kilómetros cuadrados pero en todo él tan solo viven unos 5,5 millones de personas; prácticamente las mismas que habitan el área metropolitana del Gran Madrid en 1.700 miserables kilómetros cuadrados.
El siempre sagaz lector de Luz10 habrá deducido que la densidad de población finesa es bastante, bastante baja. Menos que la de la provincia de Zamora, por ejemplo. Y ya hemos visto cómo se las gastan en Sayago.
Así, lo que tenemos en este país norteño es un bosque gigante con algún pequeño claro -un lapón, airado por el ninguneo al que sometemos sistematicamente a su tierra en luz10, abandona la sala mostrando su dedo medio-; un clima extremo; mil lagos y más de siete hectáreas de territorio para cada finlandés. Parece un buen lugar para huir del mundo.
Entonces empezamos a entenderlo todo. Estos muchachos rubios que adoran la llegada del buen tiempo pero que a quien en realidad aman es a su largo y glacial invierno llevan la naturaleza dentro de sí porque prácticamente todo su país es naturaleza.
De hecho el estar rodeados de lagos, bosques y arándanos les llevó inevitablemente a que el disfrutar de todo este espectáculo esté protegido por ley. Es el Derecho de todo hombre –every man’s right para los sajones y jokamiehenoikeus para los locales-. Básicamente se resume en que usted puede ir e incluso acampar en Finlandia donde le apetezca. Entiéndanme, esto se aplica a actividades deportivas y de ocio. Puede andar, recoger arándanos, ir en bici, esquiar, montar a caballo, coger setas y plantar una tienda de campaña allá donde crea más conveniente en medio de toda esta naturaleza. A cambio sólo se le exige una cosa: que no estropee nada.
Comprenderán que estos hombretones y estas mujeres conviven en un equilibrio armonioso con ella, con la naturaleza. Disfrutan de sus lagos en verano bañándose para luego perderse en sus cabañas escondidas en lo más profundo de la arboleda y tomar una sauna. Esos lagos que en el estío separan las tierras mientras que en invierno, congelados, las unen. Esos lagos que dibujaba el bueno de Johan Henrik Aalto -a la sazón padre de la criatura de nombre Hugo Alvar- mientras que el retoño se enamoraba de sus formas para, años más tarde, esculpirlas en vidrio.
Durante generaciones han aprendido a vivir de y con ella. A utilizar su madera y trabajarla como en ningún otro sitio -con permiso de los japoneses- saben hacerlo para crear muebles con un diseño y una sensibilidad únicos en el mundo. Y eso se puede ver continuamente en cualquier punto del país: en sus salones, en sus edificios públicos, en sus oficinas, en sus restaurantes… o en sus plazas cuando se bajan sus sillas de Artek, su mesa, su cestita de camping e improvisan un picolabis en el mismísimo Karhupuisto ante la mirada entre sorprendida y cerril del pasmarote que les escribe.
Esta relación con la naturaleza también explica su necesidad de contacto permanente con ella. Explica que la calle principal de Helsinki, Esplanadi, se convierta en un enorme prado donde hacer un picnic en los días de verano.
Si ustedes lo piensan bien a nosotros, por estos lares, nos sobran prejuicios y nos falta civismo. No tenemos dos dedos de frente y mientras en este país que nos ha tocado en gracia a usted le pueden multar, literalmente, por tomarse unas fantas allí la gente disfruta en cualquier trozo de césped con su botellita de vino blanco, su ensaladita de patata y salmón o sus bocadillitos de pan de centeno, lechuga, un poco de tomate, pepinillos… y salmón. Se usa un espacio público tremendamente agradable de manera cívica -valga la redundancia, son finlandeses- y les adelanto que es uno de esos lujos que si tienen ocasión no deberían dejar pasar: vaya a la planta baja del Stockman más cercano -si, y de paso verá la librería académica y el Rautatalo para saciar su hambre aaltiana- cómprese un bocadillo, una botella de agua mineral con gas fresquita y plántese en medio del pasto de Esplanadi como cualquier helsinkiniano de pro entre la tienda de Artek y la de Marimekko. Disfrute de sus viandas.
Entonces empezará a paladear la vida como sólo un finlandés sabe hacer.
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Como son muy cucos habrán adivinado que se avecina una serie de entradas nórdicas. No se les escapa una, bribones.
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Las entradas que siguen describirán en orden cronológico un agradable paseíto por Finlandia. El departamento de expediciones de Luz10 se esfuerza siempre por dar lo mejor a sus fieles lectores. No acepten imitaciones.
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Viajar por el Norte es duro, pero alguien tenía que hacerlo. Luz10 ha tenido que recorrer miles de kilómetros para beber de las fuentes originales. No sean rancios y compartan estas letras, que casi nunca lo hacen aunque siempre se lo pido…
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Las fotos y textos son, como siempre, de su fiel y seguro servidor © pedro iván ramos martín. Pueden usarlas si así lo desean, pero sólo si citan su procedencia.
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los pobres malamente tienen 3 meses al año de buen tiempo, es normal que aprovechen al máximo un rayo de sol.
Gracias por comentar, Pepa.
La verdad es que ir en verano si, es muy bonito, pero les dura un suspiro y luego… se acabaron los picnic.