Les voy a confesar una cosa. A estas alturas uno empieza a estar ya cansado de aguantar a idiotas y, créanme, hay muchísimos más de los que se imaginan.
Muchas veces corremos el riesgo de confundir a los estúpidos con los idiotas o, incluso, con los imbéciles y es que la línea que separa a unos y otros individuos es realmente fina. De hecho se dan casos en los que ciertos personajes viven en la misma línea: ora soy estúpido, ora soy imbécil, ora soy un completo idiota.
Afortunadamente el imprescindible Carlo M. Cipolla nos ilustró maravillosamente bien sobre la estupidez humana dándonos todas las claves: allegro ma non troppo.
Pero hoy no les voy a hablar de estúpidos. Me aburren.
Hoy les voy a hablar justo de lo contrario. Les voy a hablar de lo interesante. Y es que lo interesante me atrae terrible, irresistiblemente. Y les diré por qué.
Verán, tengo la teoría -estúpida o no- de que a medida que uno va envejeciendo el tiempo nos parece que pasa más deprisa por que apenas sucede nada nuevo en la vida. Cuando eres niño todo es nuevo para tí, estás descubriendo el mundo y tu tierno cerebro está recibiendo un cúmulo de información que hace que esta etapa de la vida sea electrizante y, a pesar de durar sólo unos pocos años, la recordemos como un periodo de tiempo enormemente largo. Sigues creciendo, sigues avanzando en la vida y cada año te trae nuevas cosas: nuevos cursos, nuevas asignaturas, nuevos profesores, nuevos compañeros, nuevos discos de nuevos grupos… las novedades en tu vida siguen siendo considerables. Pero hete aquí que llega un momento en que tu vida se estabiliza: Te relacionas cada vez con menos gente, tus grupos favoritos han dejado de sacar discos. Comienzas a trabajar y tus días empiezan a parecerse endemoniadamente unos a otros: te despiertas, vas a trabajar, vuelves de trabajar, duermes. Un bucle no muy estimulante.
No hay estímulos.
No hay novedades.
No hay nada interesante.
Te haces viejo sin darte cuenta de cómo te ha caído encima el chorro de años que marca tu carné de identidad.
Mueres.
Y es por eso que servidor de ustedes es propenso a meterse en un charco tras otro, a andar zascandileando por doquier y a estar muy atento a cuantas cosas y/o personas interesantes pueden pasar por delante de sus narices. Cuando esto sucede y uno las encuentra -o te encuentran, que nunca se sabe- son un pequeño tesoro que hace que dejes de morir un poco por lo que son terriblemente valiosas. Y estimulantes. Son una maravilla de la naturaleza. Son un unicornio alado. Son el Santo Grial. Son eso y más.
Y ahora, los que hayan leído hasta aquí se preguntarán a cuento de qué viene toda esta parrafada trascendental. Pues en realidad no se lo voy a contar, pero me sirve de excusa para hablarles de mesas.
-Ya estamos con la misma tomadura de pelo de siempre!! grita el alborotador habitual.
-Ya sabía yo que algo así iba a pasar. Proclama con gesto adusto uno muy moderno.
-No a la guerra!!. Exclama uno de los habituales del Penicilino…
No se me alteren, que creo que va a merecer la pena. Ya termino con el rollo que ni les va ni les viene y entramos en materia.
Les hablaba de cosas, de fenómenos, de personas interesantes. En estos últimos meses ha habido una curiosa sucesión de ellas. Algunas se las he contado, otras se las he insinuado y otras me las guardo para mí. El sagaz lector y la perspicaz lectora -o viceversa, naturalmente, no vayamos a hacer un Cañete– las habrá ido descubriendo. O eso espero.
Una de esas cosas interesantes, y ahora ya si que nos dejamos de historias personales para pasar a las grandes verdades universales, ha sido el redescubrimiento de un grandioso arquitecto: Carlo Scarpa. Y ha sido, principalmente, a través de los artículos que un amigo, compañero y a la par, bloguero y calculista de estructuras -a pesar de arquitecto- ha hecho en su blog que en breve estará integrado en su nueva web. Artículos como este, este y este.
En uno de los comentarios me salió llamar a Scarpa el arquitecto orfebre. Realmente pocos, tal vez nadie ha sido capaz de alcanzar la infinita sensibilidad y absoluta destreza en el detalle que el arquitecto veneciano destila en sus obras.
A pesar de que Scarpa debería ser uno de los arquitectos más estudiados en las Escuelas de Arquitectura la realidad es que es un autor por el que se pasa de puntillas, si es que se pasa. Y eso es algo verdaderamente increíble. De pocos autores se podría aprender lo que es el rigor, lo que es el control de un proyecto desde el detalle y lo que es el cuidado de todos y cada uno de los factores que intervienen en una obra.
Y si Scarpa no es demasiado estudiado como arquitecto, lo es aún menos como diseñador de muebles. Y es que como todos los grandes también exploró esta disciplina consiguiendo magníficos resultados, tanto en el diseño de delicadísimas piezas de vidrio -como no podía ser menos para un veneciano- como en el de otras piezas como sus imprescindibles mesas diseñadas para Simon Internacional, la empresa creada por Dino Gavina.
Todas ellas son un maravilloso ejercicio de diseño, pero servidor de ustedes tiene especial debilidad por la Doge, de 1968 y primera colaboración con este fabricante.
Si bien tiene otras en las que trabaja el mármol como lo haría en sus jardines o la madera con delicados encuentros y ensambles, pienso que es en la Doge en el modelo que consigue llevar al diseño de mobiliario todo lo que transmite en sus obras de arquitectura.
En un diseño ligero y terriblemente elegante hace un despliegue de oficio y saber hacer en cada detalle.
El material elegido es la pletina de aluminio maciza junto con un sobre de vidrio y unos tornillos y unos cilindros de latón. Nada más. Y nada menos.
En un principio la mesa estaba diseñada con un sobre de madera e inserciones de mármol, a lo que Gavina se opuso pues le parecía inconcebible no poder admirar el maravilloso trabajo que suponía la estructura metálica.
La mesa se trabaja como si de una joya se tratase y, de hecho, lo es. Es un producto de lujo que transmite lujo. Casi lujuria para los amantes del diseño y desenfrenada y lasciva lujuria sin paliativos para los amantes del diseño, la arquitectura y este autor veneciano en particular.
Me incluyo entre estos últimos.
Pero usted ya se lo imaginaba.
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Si tienen ocasión, no desaprovechen la oportunidad de estudiar a Scarpa, de visitar sus edificios, de dejarse cautivar por sus jardines. Un deleite para los sentidos.
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Dediquen su vida a coleccionar experiencias interesantes. A conocer a personas interesantes. A visitar lugares interesantes. A leer libros interesantes. A descubrir rincones interesantes. Pueden estar a la vuelta de la esquina, así que vayan atentos. Nunca se sabe.
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Las mesas de la colección Ultranazionale de Simón hoy las reedita Cassina. Si usted quiere hacerse con un pedazo de lo mejor del diseño del siglo XX. no lo dude y póngase en contacto con MOI.
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Esta mesa es solo una de las muchas que Carlo Scarpa diseñó. Si les ha parecido interesante, dejen constancia en los comentarios y prepararé una entrada más en profundidad sobre ellas.
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Un texto original de su fiel y seguro servidor © Pedro Iván Ramos Martín. Lamentablemente, casi ninguna de las fotos es propiedad del autor y en su mayor parte provienen de la web de Cassina.
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Compartan esta entrada y hagan que Scarpa ocupe el lugar que se merece: era un tipo interesante.
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Lectura ideal si por ejemplo estas comiendo un sandwich de queso en pan mediterraneo del mercadona durante el descanso de una entrega de un concurso de un conservatorio en, digamos, Jaen.
Ese era el objetivo. O al menos uno de ellos.