Jose María Sanz Beltrán tuvo a bien venir al mundo en 1960, en el barcelonés barrio del Clot. No tardó mucho en empezar a cantar y destilar una entrañable mezcla de clase y chulería.
En 1994 yo aún no lo sabía, pero se estaba fraguando que Loquillo le pusiese banda sonora a mi vida.
Verán, poco más de un mes después de que Induráin ganase su cuarto Tour, en Septiembre, mis padres me dejaron en la recepción de la residencia universitaria sita en el número 6 de la calle de la Pólvora, en Valladolid. Me disponía a comenzar esa absolutamente inenarrable, despiadada y maravillosa época que supuso estudiar arquitectura en la ETSAV de los noventa. Solo ante el peligro me sentía pequeño, estúpido, blandito, perdido y tonto.
En ese comienzo de curso todo era novedoso y desconocido y en El Conde éramos muchísimos nuevos. En los primeros días comienzan a sonar caras pero no se ubican demasiado bien. De hecho no se ubica demasiado bien ni uno mismo. A los pocos días de empezar a ir a la Escuela, recuerdo ver pasar como una centella por el puente de Jose Luis Arrese (actual Miguel Ángel Blanco) a un chico delgado, moreno y con un tubo al hombro que me sonaba vagamente de la residencia. Es el primer recuerdo que tengo de él.
Es curioso, pero tengo grabada en la mente la primera vez que vi a personas que a la postre han sido fundamentales en mi vida.
Recuerdo perfectamente el primer día que vi a la insensata que comparte su vida conmigo. Recuerdo nítidamente el momento en el que vi por primera vez a la que hoy es mi socia. Recuerdo con exactitud la primera vez que vi a los señores G y L… siempre me ha parecido curioso porque cada una de esas personas ha aportado algo sin lo cual yo sería completamente diferente.
Posiblemente aquel día de 1994 ese, entonces, desconocido individuo y servidor empezamos a recorrer un camino en el que veintitrés años después -el número de Jordan- seguimos embarcados. Un Disparate.
Con él aprendí tanto de la vida que será imposible agradecérselo lo suficiente. Hemos vivido, reído y llorado de una manera tan intensa que aunque ahora haya unos centenares de kilómetros de tierra seca entre nosotros, en mi caso (y creo poder asegurar que en el suyo también) siempre sentí su corazón a mi lado.
Como ambos somos reservados y prudentes, a pesar de que esto que estoy haciendo ahora mismo sea un perfecto acto absolutamente indecoroso de exhibicionismo, guardaré celosamete todos esos momentos que, al fin y al cabo exponerlos aquí no aportaría nada a esta entrada -que posiblemente a nadie le interesa pero que hoy tenía que escribir-. Prefiero reservarlos para recordarlos con el interesado entre cervezas o ginebras.
También me guardaré esas enseñanzas vitales que han hecho en gran medida que sea como soy y que me han servido de guía y apoyo en momentos tenebrosos , aunque, eso sí, les diré que en esta vida podrían darse con un canto en los dientes si consiguen cumplir un par de principios: tratar de ser elegante y tener respeto. Tanto a los demás como a uno mismo. Lo demás, mocos y babas.
Podría llenar el blog contándoles cosas, hablándoles de temas y exponiendo controvertidos puntos de vista sobre la vida a raíz de esta amistad. Podría hablar de Schopenhauer o de Cipolla; de lo analógico y lo digital; de arte y de arquitectura; de bebidas, de viajes, de mujeres… pero ya les he dicho que no lo haré.
Tan sólo les diré que ayer, 19 de Diciembre de este tormentoso 2017, a eso de las 21:11, me mandó un mensaje de 10 letras que me llenó de alegría. Tuve esa prístina sensación de alegrarme tan plena y absolutamente por alguien que se lo merece que no podría describirla sin mancillarla, así que ni lo intentaré.
Como por alguna razón soy parco en palabras -sobre todo estando sobrio- pero de alguna manera, aunque ahora mismo me sienta especialmente torpe, fluido en el texto, todo esto nunca me atreveré a decirlo.
Pero sé que da igual.
Porque él sabe que yo sé que he tenido suerte de llegarle a conocer.
Con las raíces en El Conde y más de 20 años más tarde aquí seguimos casi todos, dando guerra… 😉
Aquí van 12 letras más: ¡Feliz Navidad!
Y los años que quedan…
Gracias por las letras. Igualmente 🙂