Da cierto vértigo comprobar que la fecha de la última entrada de este modesto blog data de hace casi dos meses, dos. 52 días, para ser exactos. Normalmente esto es indicativo de una época de agobio y estrés. Un déjà vu que se repite con cierta frecuencia. Y ustedes ya saben que un déjà vu significa que algo pasa en Matrix.
Hoy hay luna llena y yo he descubierto que tengo síndrome de Diógenes.
Vaya, entre el público que hay quien se lleva las manos a la cabeza y alguno sonríe de medio lado haciendo ver que no le sorprende lo más mínimo. Lamento indicarles que no van por ahí los tiros y que mi frenética obsesión por acumular cosas que en algún momento podrán serme de utilidad no tiene nada que ver, que yo controlo y lo dejo cuando quiero.
Verán, Diógenes de Sinope AKA Diógenes el Cínico, fue un filósofo griego perteneciente a la escuela cínica. Entre sus afiladas frases hay una que siempre la he tenido muy presente:
Cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi perro.
Seguramente no es políticamente muy correcta y alguno de ustedes estará convencido de que el ser humano no es, en general, insoportable. Desengáñense: lo es.
La gente puede llegar a ser mezquina y retorcida. Recuerden al antológico Carlo María Cipolla y su inconmensurable ensayo sobre la estupidez humana: buena parte del género humano es estúpido; otros son malvados; otros incautos y, algunos, los menos, inteligentes. ¿A cuantas personas conoce usted a las que considere realmente inteligentes? medite sosegadamente la respuesta pues el resto de personas que conozca serán estúpidas, malvadas o incautas.
Obvia decir que ustedes, los fieles lectores de Luz10, destacan por su inteligencia, faltaría más.
Pero aún así, cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi perro.
Como les decía hoy hay una hermosísima luna llena. Las noches de luna llena desde hace un tiempo me hacen meditar y siempre es agradable salir a correr un poco acompañado por ese pedazo de piedra sideral, redonda y preciosa que es la Luna. Y eso hice. Para meditar un rato y soltar lastre mental.
Cuando volvía de un suave trote por el Cerro de Las Contiendas vi a una mujer desorientada. Llevaba unos cascos de esos grandes que se llevan ahora conectados a un diminuto reproductor de mp3 ajustados al cuello. Con la mirada perdida en la carretera sostenía en una mano un teléfono y en la otra una correa de perro. Sin perro. Me paré y no se percató de mi existencia. Le pregunté que si había perdido a su can y despertó de su trance como si le diesen un latigazo. Abrió mucho los ojos detrás de sus gafas y me dijo que sí. Le pregunté cómo era el perro, como se llamaba y le pedí su teléfono. Seguí corriendo pero ahora buscaba a Darko. Pasé por casa, recogí a mi fiel -es un decir- Tampoco -sí, así se llama mi perro, ¿qué pasa?- y salimos en socorro del chucho extraviado. A la búsqueda se habían unido el hijo de la señora, un educado mozalbete a lomos de una bici de montaña, y el padre de éste a la par que afectuoso marido de la dama. Afortunadamente el perro llevaba un loco collar fluorescente con leds luminosos y una media hora después apareció firmando un primoroso final feliz, cortinilla con forma de corazón y fundido en negro. Moraleja: no dejen suelto al perro por ahí, que pasa lo que pasa.
Les cuento todo esto porque ese pequeño acto me hizo reconciliarme un poco con la humanidad. De alguna manera sentirme mejor pensando que lo que podía haber sido una noche dramática se había convertido estupenda en casa de Drako. Imaginaba al animal reconfortado por haber encontrado a sus amigos de dos patas, a los de dos patas apreciando cada gracioso gesto del tuso y a la luna iluminándolo todo. Piruleta.
Miré a mi perro y mi perro me dedicó una de esas miradas indiferentes suyas. Me reafirmé en mi particular síndrome de Diógenes. Hice un rápido repaso mental y recordé el fugaz paso por esta vida de Eltex. Recordé a mi queridísima y albina Katy y a su sin par descendencia, Canela, que durante tantísimos años fueron parte de la familia. Sonreí al pensar en los gruñidos de Coco y en los saltos epilépticos de Nicolás que hacen que en casa de mis padres los recibimientos sean por todo lo alto. Por alguna razón Tampoco -mi perro, recuerden- se apretó contra mi pierna para que le acariciase. Lo hice. Es un animal magnífico.
La gente puede ser estúpida y el mundo un lugar de mierda. A veces la vida es una porquería y la existencia una miseria. Pero Si usted es capaz de apreciar la arrebatadora belleza de una luna llena o la incomparable sensación de acariciar la trufa de la nariz de un amigo fiel y desinteresado. Si puede disfrutar con gozo del olor a tierra mojada después de una tormenta de verano o de la sutil y breve belleza de una flor de campo. Si se maravilla al pisar lugares distintos y el agua fresca de una fuente puede ser mejor que un Dom Perignon entonces descubrirá que en el fondo la mayor parte de la gente da igual, que si se fija un poco el mundo puede que no esté tan mal, que la vida es algo excepcional y la existencia se nos quedará corta para hacer todo lo bueno que se puede hacer.
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Descárgese Allegro ma non tropo y agradézcamelo eternamente. Pinche aquí.
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Aléjese de estúpidos, incautos y malvados. Haga una meticulosa selección de seres humanos. Aférrese a esas personas y no las deje escapar.
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Adopte a un perro -un amigo no se compra con dinero-
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Todas las idioteces con el sello inconfundible de © pedro iván ramos martín. Espero que puedan perdonar la escasez de imágenes, pero tiempo es precisamente lo que no tengo.