Uno nunca sabe en qué charcos se va a acabar metiendo. A lo largo de estos años he hablado de lo divino y de lo humano. De iconos de diseño, de arquitectura, de viajes, de fotografía, de Japón, de la paternidad, de mi perro, de recuerdos, de los que ya no están pero siempre estarán… paradójicamente sabiendo que en este espacio tiene cabida prácticamente todo nunca pensé en hablar de lo que hoy nos ocupa.
El título de «El lenguaje de restaurador» no es casual. Casi nada lo es. Como saben, y si no se lo digo ahora, formo parte de ArquitecturaVA. Somos un grupo de personajes heterogéneo y poliédrico unidos por una formación académica. Convergemos en ciertos vértices pero nuestra visión de la realidad tiende a ser muy distinta en muchos aspectos, quizás es lo interesante de formar parte de este grupo de disidentes.
El tema de la restauración en arquitectura siempre es polémico. Casi todos coincidimos en que las estructuras de Fisac o Torroja son bellas y funcionales, que la Filarmónica de Berlín es un espacio que suena fantásticamente bien o que en la Villa Mairea no se debe vivir nada mal.
Más o menos hay cierto quorum en lo que es gran arquitectura.
Pero… ¿qué pasa con la restauración? En un principio pensamos en plantear este conjunto de microconferencias como una pregunta: ¿restaurar es proyectar? Probablemente los aquí presentes coincidamos en la respuesta, pero es un tema que seguramente podría desatar una agria polémica.
Y es que la restauración tiende a ser polémica.
En este rincón del mundo, cuando se habla de restauración, habitualmente nos vienen a la mente de manera automática cosas construidas hace siglos con grandes sillares y/o coronadas por almenas. El castillo templario de Ponferrada es un magnífico ejemplo. Pero no nos precipitemos, no todo son almenas en el mundo de la restauración. No todo son almenas en el mundo.
Esto es Japón. En concreto, Kyoto. Una ciudad milenaria.
Japón es un sitio asolado por seísmos y este templo, como tantos otros está construido con madera. La madera, además de poder desmoronarse en un terremoto, también puede arder, aunque no haya terremoto. Es bastante difícil, o demasiado ingenuo, pensar que cientos de templos con siglos, incluso más de un milenio de edad hayan llegado hasta nuestros días en este impoluto estado.
El Kiyomizu-Dera es un conjunto de templos situado en una zona alta que domina Kyoto. Data del año 778. Tiene la friolera de 1243 años.
Esto es el jardín seco del templo RyoanJi. Mucho más moderno, del s XV. Aún así, no parece sensato pensar que esta cubierta elaborada con teja de madera ha llegado en ese estado hasta nuestros días.
La madera, en las cubiertas, se pudre. También en Japón. Se dice que allí no se restaura, que no hay ese concepto. «En Japón no se restaura, se reconstruye«.
Durante el periodo Meiji, que comienza en 1868, se da la primera teorización sobre la cultura de la restauración. Se entendía que la política de restauración implicaba el mantenimiento fiel del «Koshiki», el estado antiguo de la obra. Eso fue y es posible porque hay una gran cantidad de mano de obra especializada que conoce muy bien la técnica de las antiguas metodologías constructivas.
En general las intervenciones están bien documentadas, pero sólo se sustituye lo necesario y se hace, en general, con la misma madera, las mismas tejas, la misma técnica que en el estado original.
En los templos budistas, restaurar significa conservar la cultura constructiva que ha producido la obra. Lo importante no es tanto el objeto sino conservar esa cultura. Lo importante es el concepto filosófico más que el material.
Esta manera de entender el mundo ha hecho que Japón sea el lugar donde más y mejor se conocen las técnicas constructivas antiguas. Se ha conseguido transmitir durante siglos esa cultura de manera fiel a la original. Si no conocemos la obra, podemos estar ante un templo del año 700 o ante una villa de 10 siglos después.
Quizás hay que pensar que en Japón sí se restaura. No es una mera reconstrucción porque las razones que sostienen esta manera de actuar, este lenguaje, son profundas: filosóficas. Lo que sucede es que no son ni nuestras razones ni nuestro lenguaje.
Pero esto que funciona en Japón, ¿funcionaría en nuestra cultura occidental? La respuesta es un NO rotundo.
KinkakuJi, el Templo Dorado: construido en 1397, hace más de 6 siglos. Recordemos que es, esencialmente, de madera. En 1950 ardió como una tea. ¿Quién lo diría?
El máximo exponente de esta manera de concebir la existencia es el Santuario de Ise. Como aún no lo he visitado no tengo fotos, pero tan sólo les diré que se derriba por completo y se reconstruye cada 20 años en un ciclo sintoísta relacionado, cómo no, con la naturaleza, que muere y renace en ese lapso de tiempo. Esto se conoce como Jingū Shikinen Sengū. Así llevan desde el año 692. 1392 años, 66 reconstrucciones, no tardando mucho, toca.
Decía Oscar Tusquets que le parecería una idea magnífica construir una réplica escala 1:1 de la Alhambra cerca del original y llenarlo con cojines y cortinas, y alfombras y cachimbas para poder experimentar realmente el edificio y cómo se usaba en su origen. La idea es, cuando menos, sugerente.
Pero en estos lares hemos acordado que lo sensato en nuestra cultura y percepción del universo es lo que viene reflejado en la Carta de Venecia. 1964, hace poco más de medio siglo. Ahí se habla de conservación y restauración. Y es que el lenguaje es importante en el mundo del restaurador.
En la Carta de Venecia se cita: «cualquier trabajo encaminado a completar, considerado como indispensable por razones estéticas y teóricas, debe distinguirse del conjunto arquitectónico y deberá llevar el sello de nuestra época».
Lo que los japoneses llevan 1000 años aplicando no es asimilable al entorno y cultura occidentales. Venecia está demasiado lejos de Okinawa física y metafísicamente.
De hecho, mientras en Japón lo tienen claro desde hace cientos de años, con poco menos de medio siglo de existencia la Carta de Venecia empezaba a tener fisuras. A ellos lo suyo les dura un milenio. A nosotros nos surge la necesidad de hacer unos retoquitos y proponer la Carta de Cracovia. Esta sí que parece que es la buena y se basa en el espíritu de la de Venecia, con ciertas reformas. Seamos serios, ¿Alguien se ha planteado hacer lo mismo que se ha hecho en el KinkakuJi con, yo qué sé, el Partenón?
Esta es una foto de Notre Dame de París en 2009.
Esta es una Foto de Notre Dame de París en 2045, después de la intervención para reponer la cubierta desaparecida en el incendio de 2019. Como puede verse, claramente se distingue del conjunto arquitectónico y lleva el sello de nuestra época porque, como les decía, lo que se hace en Japón aquí no tiene cabida.
Bueno, a ver, una cosa es la Carta de Venecia y dejar el Partenón tranquilo, que está muy bien así, y otra no reconstruir la aguja de Viollet Le Duc y la estructura de cubierta tal y como se hizo hace siglos. En el fondo Japón está a unas horas en avión y las intervenciones que plantearon algunos iluminados con el sello de nuestra época daban la risa. No vayamos a ser más papistas que el Papa.
Por eso en el objetivo 4 de la carta de Cracovia matizan el tema:
- Debe evitarse la reconstrucción en “el estilo del edificio” de partes enteras del
mismo. La reconstrucción de partes muy limitadas con un significado arquitectónico puede ser excepcionalmente aceptada a condición de que esta se base en una documentación precisa e indiscutible. Si se necesita, para el adecuado uso del edificio, la incorporación de partes espaciales y funcionales más extensas, debe reflejarse en ellas el lenguaje de la arquitectura actual. La reconstrucción de un edificio en su totalidad, destruido por un conflicto armado o por desastres naturales, es solo aceptable si existen motivos sociales o culturales excepcionales que están relacionados con la identidad de la comunidad entera.
Menos mal que recapacitamos y tuvimos la suficiente lucidez como para ponernos la tirita antes de la herida. O del incendio. ¡Ay!, la polémica del lenguaje del restaurador… Estos son mis principios, si no les gustan, tengo otros.
Y es que nadie se ha rasgado las vestiduras al ver reluciente y despampanante el Templo Dorado de Kioto. Ahora, la polémica de la Chapelle Royale de Versalles ha traído cola… Cracovianos moderados contra Venecianos vehementes.
Vemos así la Villa Saboya. Claro, es una vivienda «moderna» y es normal que esté «nueva». Por cierto, dentro de pocos años cumple un siglo y estuvo en estado de ruina pocos años después de acabarse ya que como máquina de habitar… ejem.
La restauración del inmueble comenzó en 1985 y se prolongó hasta 1997¿Y si los japoneses tuvieran razón? ¿O no la tienen y esto será cosa de franceses? ¿Cómo demonios iba a hacerse otra cosa que no fuera lo que se hizo? ¿pero y lo de Venecia? ¿por qué demonios nadie había escrito aún lo de Cracovia? ¿Hemos dicho lo de los franceses?
Esto es el Louvre y en su momento fue terrible. La opinión pública bramaba contra el proyecto, acusaron a Miterrand (otra vez) de creerse un faraón… Hoy pocos dudan de que sea una intervención exquisita y es más reconocible que el propio edificio del museo.
La restauración es siempre polémica.
O no: el Museo D’Orsay. Elegante, funcional, respetuoso, parisino… y con el sello de su tiempo para adaptar un nuevo uso a ese edificio que no se pensó como museo sino como estación de trenes.
Ante la pregunta que nos planteamos en un principio, creo que está claro que restaurar es proyectar. De una manera u otra, lo es. En Japón y en París.
Ahora, yo me pregunto… ¿existe un lenguaje del restaurador?
Podríamos seguir abriendo melones de manera infinita en este tema. ¿Hablamos sobre qué demonios es esto? ¿restauración? ¿reconstrucción? ¿maqueta grande? ¿libre interpretación de lo de Mies? ¿el bien? ¿el mal?…
Mejor vayamos un momento a Alemania, a Berlín, que es un magnífico sitio para hablar de casi todo. Además tienen buena y abundante cerveza.
Un icono en este ámbito es el Reichstag de Foster. El edificio data de finales del s. XIX. En 1933 hubo un incendio en el que quedó seriamente dañado tanto el edificio como su cúpula. Los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial acabaron el trabajo.
Hacia 1960 se reconstruyó parcialmente para usarlo como centro de conferencias pero no se hizo lo propio con la cúpula, que unos pocos años antes se eliminó por completo.
Con la reunificación alemana y el cambio de la capital de Bonn a Berlín, se promovió un concurso para intervenir en el Reichstag y llevar allí el parlamento. Foster propuso hacer un gigantesco parasol sobre todo el edificio, nada de cúpulas. Por azares del destino, una rocambolesca historia en la que también andaban Calatrava y un neerlandés, Pi de Bruijn, y unos costes desmesurados a Foster le pidieron una cúpula y Foster les dio una cúpula a los alemanes. LA cúpula. El icono del Nuevo Berlín.
Vayamos al viejo Berlín.
Esto es la Isla de los Museos en 2009, en concreto el Pergamon. Un sobrio edificio neoclásico. No vamos a hablar de lo que hay dentro, que también trajo y trae polémica por un quítenme allá estos expolios.
Esto es la Isla de los Museos ahora. En concreto el Pergamon y su ampliación. Con el inconfundible sello de nuestro tiempo. Es lo gozoso de Cracovia, que lo mismo vale para un roto en forma de incendio parisino que para un descosido berlinés.
Lo que pasa es que el Pergamon es de 1930, no del siglo XVIII. Primero se trajeron las piezas y luego se construyó el edificio, una cosa muy loca. Sin duda el museo original no era de su tiempo si tenemos en cuenta que su tiempo coincide con el de la Saboya. No voy a entrar en la cosa que han hecho con el Humboldt Forum, allí al lado, que básicamente han reconstruido el palacio real barroco. ¡Ay, Cracovia, Cracovia!… ¿quién sabe? quizás es que en el s XXI no hay nada más moderno que construir algo barroco.
La intervención de Chipperfield, magistral, dialoga con el antiguo-no-tan-antiguo edificio en una clave contemporánea tomando referencias de la propia isla y de las edificaciones presentes.
Cerca de allí, un siglo antes de que se construyese el Pergamon, se construyó el Neues Museum, de Stüler, también en la Isla de los Museos. En su momento era el edificio prusiano más representativo que se había edificado y bebía directamente del vecino Altes museum de Shinkel.
Aquí también intervino Chipperfield. Esta vez en un edificio bombardeado y en ruinas durante medio siglo. La intervención sigue un principio más de conservación que de reconstrucción. Se respeta la ruina del edificio y se le dota de mecanismos para poder ser funcional a la vez que legible tanto lo precedente como la intervención.
De alguna manera tras este viaje atropellado tenemos que darle un sentido y justificar que nos hayan invitado precisamente a nosotros, a unos entes que tratan de divulgar la arquitectura local. Debemos, pues, volver a ésta, nuestra meseta. A Valladolid.
No se me ocurre mejor manera que hacerlo aquí mismo, en el museo Patio Herreriano. Una exquisita intervención de Juan Carlos Arnuncio, Clara Aizpún y Javier Blanco.
Este museo está ubicado en uno de los 3 patios que se conservan del monasterio de San Benito el Real y que se encontraba en estado de abandono desde 1970.
La intervención se desarrolla en tres ámbitos: uno de ellos es la zona del edificio que se encontraba en buen estado. También se realizó una ampliación abstracta en clave contemporánea y se intervino en la capilla, que estaba en ruinas.
La intervención es delicada y respetuosa. Funciona estupendamente bien como museo y en la zona más deteriorada, la Capilla, se ha conseguido el que es, posiblemente, el espacio más sobresaliente del edificio.
Un espacio tan bello y que funciona tan bien que es posible exponer cualquier cosa.
Es posible exponer incluso Luz.
El poder integrar estas tres actuaciones en un único proyecto y que resulte una obra coherente, funcional y de altísima calidad arquitectónica puede hacernos pensar que, al fin y al cabo, sí que debe haber «algo» parecido a un lenguaje del restaurador que da sentido y posibilita todo esto.
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Esta entrada reproduce la parte que servidor de ustedes perpetró de la conferencia a 4 voces que el grupo ArquitecturaVA dio en el Museo Patio Herreriano un frío 10 de Noviembre de 2021 a eso de las 7 de la tarde con motivo del Día de la Arquitectura.
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Puede que mi currículo como restaurador sea inexistente pero esta entrada recopila imágenes tomadas por este escribiente desde un lejano 2005 hasta este 2021. Téngalo en cuenta y compartan.
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Volveremos con nuevas y trepidantes entradas. Muchas están escritas, faltan las fotografías. No nos engañemos, en el fondo esto es una tapadera para obligarme a repasar los miles de fotos que hago y que acaban en algún rincón de un triste disco duro.
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Hablando de fotos, en la mayoría no he puesto marca de agua porque iban destinadas a la conferencia, pero todas llevan el © de su fiel y seguro servidor, pedro iván ramos martín. Si las van a usar, díganmelo y citen autor y procedencia.
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Consumatum est.
Me alegro leerlo y ver sus fotos de nuevo. Este verano tuve oportunidad de estar en el camping de Fussina (Venècia). Quedan muchos elementos, además de la organización general de la zona de la obra del Carlo Scarpa. Nos hablaron de él y fuimos a visitar, someramente porque no somos arquitectos, algunas de sus obras. Me pareció bien su manera de intervenir en la restauración. Audaz.
Pues ver lo que hizo Scarpa en venecia me da mucha, mucha envidia… es algo pendiente que espero resolver.
Muchas gracias por leer y comentar.