Tormenta, lluvia y olor a tierra mojada

Peleando a la contra

Llamaron a la puerta y ella la abrió. Pasaron. Él me miró y, señalándome, dijo: «así que es a éste al que tenemos que llevar».

Así es como le conocí un veinte de febrero de mil novecientos noventa y ocho, pasada la media tarde.

Era un hombre delgado, de mirada vivaz y pelo abundante y cano. No se le escapó que yo era el que quería mancillar el honor de su hijita, porque pocas veces se le escapó algo.

Así, con ese respeto mezclado con una pizca de temor y con las orejas gachas como un buen zorro traté de parecer todo lo inofensivo y buen chico que era posible en ese momento de máxima tensión vital.

Creo que fue suficiente.

Nos llevó en aquel Rover blanco que tanto le gustaba al concierto de Ska-p en la nave Paquexpres y en ese momento entré a formar parte de su vida.

 «¿Éste es al que llevamos al concierto?» dijo la segunda vez que me vio, el 31 de diciembre de aquel mágico 1998 en la estación de trenes de Medina del Campo bajo la colosal nevada que había colapsado Castilla y León.

Lo era.

Siempre me pareció un hombre tremendamente inteligente. Con esa sabiduría que da el observar calladamente, tan necesaria para el trabajo en el campo.

Observaba y callaba. Así lo hizo durante toda su vida. Una vida trabajada y peleada desde muy joven.

Una vida peleada para sacar adelante a tres hijos y darles todo lo que pudieron necesitar y mucho más.

Una vida peleada, a la contra, con una honestidad y un honor que siempre me admiraron.

Y mientras peleaba, observaba.

Y callaba.

Por alguna razón, la imagen que viene a mi mente al recordar su nombre es la de un día a finales de Agosto del año 2007, volviendo de Lisboa y muy cerca de Ataquines. Justo después de una tormenta en la que cayó un fenomenal chaparrón los últimos rayos del sol de la tarde se abrieron paso entre las nubes y acariciaron los campos dorados recién segados ofreciendo un espectáculo sublime.

Siempre le imaginé disfrutando de esos momentos que tantas veces a lo largo de su vida habría vivido en esas tierras labradas incansablemente.

En esa vida de la que formé parte los últimos dieciocho años le vi tener que enfrentarse a situaciones difíciles, muy difíciles. Muy duras. Siempre las afrontó con la mayor dignidad y entereza.

También formé parte de algunos de los momentos más felices de esa vida peleada aunque el mérito siempre fue de su mancillada hijita, que tanto tiene de él.

Los dos éramos observadores y callábamos, así que nunca nos dijimos nada demasiado profundo. Le gustaba contarme el episodio de la ensalada para que me hiciera cargo. Creo que no hacía falta más, o al menos, así lo espero. Porque siempre tuve un enorme respeto por este hombre del que aprendí unas cuantas lecciones y creo que él lo sabía.

Porque pocas veces se le escapó algo.

Porque nunca dejó de observar.

Hoy el mundo es un poco peor que ayer y el dolor de su hija, inconsolable.

A Carolina siempre le dije que su padre era un hombre bueno y creo que eso es lo mejor que se puede decir de alguien.

Descansa, Pedro. Ya puedes dejar de pelear.

Tormenta, lluvia y olor a tierra mojada

Tormenta, lluvia y olor a tierra mojada

Un caballo le he comprado 

a mi niña chiquitilla.

Ay! como era tan chiquitilla

y no podía subir,

el caballo se ha tumbado

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La Kapocarta que nunca quise escribir.

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One thought on “Peleando a la contra

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