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El porqué de las cosas

Muchos de los que me conocen a estas alturas lo que voy a confesarles no les supondrá ninguna novedad, ni se llevarán sorpresa alguna, ni descubrirán nuevos matices de mi poliédrica manera de ver el mundo, o al menos eso creo.
Verán, la realidad es que me gusta desmontar cosas. Aunque la mayoría de las veces sepa fehacientemente que no debería hacerlo alguna especie de fuerza metahumana que surge de un oscuro rincón de mi ser me empuja a ello en cuanto se me presenta la más mínima ocasión.
Puede ser que un buen día sin saber cómo ni porqué me vea desmontando una bicicleta, o una cafetera de diseño, o un reloj, o un ordenador, o una cámara de fotos, o una instalación de calefacción, o un teléfono móvil…
Y no me refiero a abrir y contemplarle las tripas al desdichado aparato que sea. No.
Me refiero a desmontarlo en toda regla y en el sentido más amplio de la palabra. Llegar a sus componentes más básicos a ver si de esa manera entiendo cómo funciona el conjunto de todo.
No creo que haga falta que les diga que posiblemente emplee este blog para desmontar el mundo y, en el fondo, a mí mismo.
Lo malo de desmontar cosas es que no siempre es fácil volver a montarlas.
Sigamos con Tokyo.

Conocer una ciudad es algo que se hace por fragmentos. Una vez que vamos conociendo y uniendo ese conjunto de piezas podemos tratar de componer el puzle que representa un entramado tan complejo como una urbe.

Si el lugar está habitado por seres humanos con una manera de entender la vida tan radicalmente distinta a la nuestra como es el pueblo japonés, el desmontar la metrópoli se torna una aventura sorprendente y apasionante a partes iguales. Y recordemos que estamos dando tumbos por el mayor conglomerado urbano del planeta.

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Muy urbano todo por aquí.

En la entrada anterior despiezamos un poco, tampoco demasiado, Shibuya y Shinjuku. Si les digo la verdad jamás he sido aficionado a los puzles ni sé como ha de encararse el resolver uno de estos pasatiempos así que no se preocupen si el orden que le doy al paseo Tokiota no tiene pies ni cabeza. En el fondo es una ciudad que parece un disparate continuo y superlativo así que en cierta medida es totalmente lógico.

shinjuku © pedro ivan ramos martin luz10

Tokyo, el disparate superlativo. En todo.

Los barrios de Tokyo albergan más almas cada uno de ellos que ciudades como Valladolid y su alfoz. Por eso por ejemplo en Shinjuku nos encontramos con esa ciudad inspiradora del futuro según Ridley Scott en Blade Runner pero también zonas como la del gigantesco ayuntamiendo proyectado por Kenzo Tange. Es imposible describir Shinjuku de manera genérica pues se trata en sí mismo de una ciudad de tamaño mediano y, como si de un fractal de Tokyo se tratase, llena de contrastes en una permanente conciliación de opuestos casi casi como los de la Villa Mairea. —Tras este inesperado requiebro para comparar un barrio de Tokyo con una de las obras cumbres de Alvar Aalto, parte del aforo de la sala se levanta airado y abandona sus butacas buscando algún blog más serio-

Qué simpáticos los japoneses y sus juegos de letras

Qué simpáticos los japoneses y sus juegos de letras

Si resumimos rápidamente, vemos que en este barrio podemos encontrar desde hordas de prostitutas en Kabukicho a la sede del gobierno metropolitano en el mencionado Ayuntamiento. También estaría uno de los distritos administrativos más importantes de la ciudad cuajadito de rascacielos, una de las zonas comerciales también más importantes, la estación más congestionada y utilizada del planeta, y, para poner la guinda y servir de corolario y resumen de la sarta de majaderías que les cuento, Okoide Yokocho.

tokyo ©pedro ivan ramos martin luz10

zona comercial, zona administrativa… un poco de todo

Bien, ¿por dónde empiezo?

El otro día les contaba el primer impacto y toma de contacto con la nocturnidad de Kabukicho y el Shinjuku más gamberro y depravado.

A la luz del día y si nos dirigimos a la salida Oeste de la megaestación veremos un puñado de rascacielos en lo que viene a ser Nishi Shinjuku. Entre todos estos anodinos edificios destaca el Mode Gauken Cocoon, no por bueno, sino porque destaca.

shinjuku © pedro ivan ramos martin luz10

Si, estamos en Shinjuku.

Su peculiar diseño es fruto de la inventiva, los litros de café (y/o vaya usted a saber qué más) y los desvelos del estudio Tange Associates que respondieron con ese diseño a la premisa que planteaba el promotor: que no sea rectangular. Bien, desde luego eso lo consiguieron. Ahora, no sé qué pensaría el bueno de Kenzo si levantase la cabeza.

shinjuku © pedro ivan ramos martin luz10

Si Kenzo levantase la cabeza…

Si seguimos recorriendo esta parte de la ciudad al poco tiempo llegaremos a otro edificio en altura con el apellido de Tange. Éste sí ideado por el Tange original pero que no sé muy bien si me gusta, me disgusta o todo lo contrario a partes iguales. Puede ser que esta escala me sobrepase, que yo sea más de las cosas pequeñas, controladas, mensurables y que la gran escala se me escape -no les quiero ni contar lo que me pasa con el urbanismo-. Claro que tampoco creo que importe mucho y dudo que mi opinión pueda alterar el sueño de ningún arquitecto.

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con ustedes, un mastodonte. De Kenzo Tange eso sí.

El edificio del Ayuntamiento es lo que parece, un mastodonte de edificio administrativo chapado en granito gris desde el que se puede ver la inmensidad de la capital nipona subiendo al piso 45 de una de sus torres.

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Mirando hacia arriba, desde muy abajo.

Sin duda tiene espacios destacables y merece la pena darse un paseo por su planta baja.

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Un paseo por la planta baja merece la pena antes de subir.

Subiendo al mirador de la planta 45 podrá contemplar, como casi siempre pasa, la ciudad desdibujándose en esa sempiterna bruma y no alcanzará a ver sus confines. Al viajero poeta le asaltarán pensamientos como «vaya pedazo ciudad del copón» y similares mientras mira embobado a través de los enormes vidrios de seguridad.

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Tokyo, como Cantabria, infinito.

Afortunadamente, como les decía, estamos en un lugar de contrastes. Y ante esa escala descomunal y desbordante, podemos volver a poner rumbo a la salida Oeste de la estación de Shinjuku, avanzar un par de cientos de metros y entrar por una especie de vórtice espacio-temporal a otra época y otra ciudad. Al Tokyo de la postguerra. Esto se hace atravesando el umbral que separa nuestro universo de Omoide Yokocho.

shinjuku © pedro ivan ramos martin luz10

¿Se atreve a cruzar el umbral?

—Una distinguida dama del público clava la mirada ferozmente sobre el narrador mientras, sin necesidad de mediar palabra, le indica claramente que como lo siguiente sea una nueva idiotez es posible que saque una katana impulsada por el espíritu irreductible de Hattori Hanzo y acabe de una vez por todas con toda esta tontería de luz10.

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Simplemente, Omoide Yokocho

Omoide Yokocho es lo que queda del Tokyo de los años que siguieron a la II Guerra Mundial. Técnicamente podría describirse como una calle infecta, estrecha, oscura y no muy limpia -no me atrevería a calificar de sucio nada japonés- llena de locales insalubres donde degustar los más exquisitos yakitoris de Japón.

shinjuku © pedro ivan ramos martin luz10

Yakitoris. Muy ricos, oiga.

Los yakitoris son, ni más ni menos que pequeñas brochetas hechas a la parrilla. Todos estos infralocales poseen las mismas características: son pequeños, están presididos por una parrilla donde se cocinan las viandas y la gente se sienta alrededor de la barra… pero uno de ellos brilla entre todos los demás con luz propia.

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Un puesto que brilla con luz propia.

Su privilegiada situación haciendo esquina con un subcallejón no es lo que le da el encanto característico a este local. No. Se lo da la mierda. Sí, estimados lectores. La mierda. Mierda con mayúsculas. M I E R D A en letras capitales. Una mierda acumulada con celo durante más de 60 años y que se refleja en la imposible costra que el humo de la soja quemada ha ido depositando en la lámpara que ilumina la plancha donde el chef elabora con inimitable maestría el único plato que se sirve en el local: yakitori de anguila.

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Un poco de mierda no mata: engorda.

Delicioso.

Es más que probable que varios lugareños se tambaleen por los efectos de las ingentes cantidades de sake tibio ingeridas y les miren con cara de pez globo mientras el ayudante calvo del maestro de cocina señala orgulloso la lámpara y dice en un muy entendible inglés  — Look at the lamp. Sixty years without cleaning. Sólo un loco, un insensato o un estúpido no se creería que esa lámpara no ha sido limpiada en más de medio siglo.

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60 años y ahí luce, tan lozana como ¿siempre?

Yo, desde luego, no me atrevería a desmontarla.

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En Shinjuku también me sucedió una de las experiencias más surrealistas de mi vida: estando en una Muji Store contemplando el mítico reproductor de CDs que hoy cuelga de una de las paredes de Luz10, comenzó a sonar en todo el edificio una música que me resultó familiar: 4 vellos mariñeiros, una muiñeira que jamás pensé en escuchar en cuanto me alejase más de 200 km de Malpica. Pero, ya ven, al otro lado del mundo también llegaron los galaicos.

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Relacionado con lo anterior: entrar en una tienda Muji puede ser una experiencia equiparable a visitar alguna catedral europea. Servidor se lo quería llevar todo, pero sólo unas pocas cosas acabaron en la maleta de vuelta al hogar. Alguna de ellas aún espera encontrar su lugar en el mundo.

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Si se portan bien, les prometo un post sobre Muji.

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Tokyo es inabarcable. En su primera toma de contacto no se empeñen en querer dominar esta ciudad. Ella siempre gana. Ellas siempre ganan.

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Dado que a fecha de hoy el autor de esta entrada aún no ha sido decapitado por ninguna espada samurai, pero se juega el pescuezo a cada paso, se agradecería que si usa las fotos cite su procedencia. Ya sabe que tanto las imágenes como el texto son fruto de la calenturienta mente de su simpar servidor © pedro iván ramos martín.

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Pueden compartir esta entrada y todas las demás o pueden no hacerlo. Ustedes verán, pero déjense llevar por el espíritu bobalicón de Antonio, el del bar, y sean generosos recomendando este rincón de internet.

 

 

 

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