Muchos de los que me conocen a estas alturas lo que voy a confesarles no les supondrá ninguna novedad, ni se llevarán sorpresa alguna, ni descubrirán nuevos matices de mi poliédrica manera de ver el mundo, o al menos eso creo.
Verán, la realidad es que me gusta desmontar cosas. Aunque la mayoría de las veces sepa fehacientemente que no debería hacerlo alguna especie de fuerza metahumana que surge de un oscuro rincón de mi ser me empuja a ello en cuanto se me presenta la más mínima ocasión.
Puede ser que un buen día sin saber cómo ni porqué me vea desmontando una bicicleta, o una cafetera de diseño, o un reloj, o un ordenador, o una cámara de fotos, o una instalación de calefacción, o un teléfono móvil…
Y no me refiero a abrir y contemplarle las tripas al desdichado aparato que sea. No.
Me refiero a desmontarlo en toda regla y en el sentido más amplio de la palabra. Llegar a sus componentes más básicos a ver si de esa manera entiendo cómo funciona el conjunto de todo.
No creo que haga falta que les diga que posiblemente emplee este blog para desmontar el mundo y, en el fondo, a mí mismo.
Lo malo de desmontar cosas es que no siempre es fácil volver a montarlas.
Sigamos con Tokyo. Read More
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Seis de Agosto. ocho horas, quince minutos.
Me van a permitir que me ponga serio.
Esta entrada la publico el día y a la hora que deberían ser -que son- los más vergonzantes para el género llamado humano: el seis de agosto a las ocho y cuarto de la mañana.
Un día y una hora que todos deberíamos conocer y que ninguno jamás deberíamos olvidar porque -aunque en otro uso horario- justo ahora hace 69 años de la más atroz de las decisiones jamás tomadas en la historia de la humanidad: lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima.
En lo que usted tarda en leer esta frase los Estados Unidos mataron a 80.000 personas inocentes. En lo que tardaría en leer este blog ya habrían muerto 140.000. Hoy los efectos continúan.