El sábado pasado, poco antes de la hora en la que había quedado a cenar con unos amigos -lo reconozco, arquitectos todos, pero buena gente en el fondo- correteaba yo -muy digno, eso siempre- por Valladolid cuando me torcí un tobillo -el izquierdo, para más señas-.
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Powers of ten. The Eames again
Les voy a confesar una cosa: No me gusta la sopa. Nunca me ha gustado y, dado que uno va teniendo una edad, creo que puedo afirmar que nunca me gustará. Me siento un poco como Mafalda. En Valladolid, pero Mafalda al fin y al cabo.
Así empezó todo.
NO.
Ni se cumple ningún aniversario de nada, ni hay un porqué. Hoy voy a empezar a hablarles de los Eames. Y por suerte o por desgracia, es altamente probable que este post sea el primero, pero ni mucho menos el último sobre esta simpática y pizpireta pareja de diseñadores norteamericanos.
BARRIO GIRÓN (II)
¿Saben qué sucede? pues que esto es Valladolid y ya hace frío.
Odio el frío. El frío es estúpido. El frío te cala hasta los huesos y no te puedes deshacer de él. El frío, cuando llega, te acompaña durante meses. El frío hace que duelan las manos al montar en bicicleta. El frío hace tiritar. El frío hace que duelan las orejas. El frío hace que a las más hermosas damas les de por moquear a través de respingonas naricillas. El frío amarga el carácter y el espíritu, te hace ser peor persona y, en ocasiones, un ser humano despreciable.
En Valladolid pasamos muchísimo frío.
Es lo que hay.
BARRIO GIRÓN (I)
Llueve. Oración impersonal.
Hay días grises y lluviosos que nos informan que, por mucho que no queramos, el otoño sigue su avance para dentro de poco teñir todo de tonos tierra, ocres y sienas antes de proceder a ejecutar sumariamente las hojas de los chopos, frutales, parras y demás vegetación autóctona. En uno de estos días, viendo cómo una incesante lluvia no dejaba de caer y recordando que uno es medio gallego de adopción decidí coger la cámara y dar una vuelta por el barrio.
PALIMPSESTOS
-¿Mande? , grita una señora aparentemente muy indignada hacia el centro de la cuarta fila. – Eso tiene que ser cosa de médicos. A uno que conocía yo se los detectaron y se murió, se oye murmurar a dos jóvenes junto a la salida de emergencia. -Esto es una estafa!!, grita muy airado un señor con bigote.
Ante este revuelo del exigente público que se congrega por estos lares, pensé en sugerir que googlearan pechakucha junto con mi nombre y hallarían la respuesta a sus inquietudes. Afortunadamente me di cuenta de que eso sería un grave error así que lo explicaré aquí mismo para que el sagaz lector del blog ahorre tiempo, que ya se sabe que Google y Youtube son muy traicioneros.
Eskimåkvinnans skinnbyxa: El jarrón de Alvar Aalto
Creo que en el mundo del diseño existen pocas delicatessen como el objeto sobre el que va a versar este primer post. Quizás precisamente por ello pueda resultar un tema algo manido, pero es una tentación a la que soy incapaz de resistirme. Quizás también sea indicador de un fetichismo indisimulado hacia las cosas hermosas y de veneración hacia algunas personas que, por fortuna para todos, pasaron (o están pasando) por este mundo con mucha más fortuna que el común de los mortales.
Comencemos
Debo ser sincero y confesar que llevo mucho tiempo dándole vueltas a la idea de crear (lo fácil) y mantener (lo difícil) un blog. Hace unos años en un intento de dar a conocer al mundo mis dotes como fotógrafo (muchas o pocas eso deberían decidirlo ustedes) creé una amago de bitácora donde publiqué algún reportaje tanto de arquitecturas cercanas como de aquel viaje a Basel… y, efectivamente, en eso se quedó.