Les voy a confesar una cosa: una de las experiencias más intensas que puedo experimentar hace que se me erice el vello, que un ligero escalofrío recorra mi nuca, que perciba cómo mis lacrimales humedecen mis ojos para darles un brillo entre nostálgico y feliz, que note una ligera sacudida en el estómago similar a una sensación de vacío y como un leve hormigueo se expanda por todo mi cuerpo acabando en las yemas de los dedos, que repare en cómo el aire entra en mis pulmones atravesando mi ser y que un millón de sentimientos se concentren en un solo acto aparentemente nimio: abrir una puerta.