Existe una zona cercana a la misma raya con Portugal, entre las provincias de Zamora y Salamanca donde los inviernos son crudos, los veranos descarnados y sus gentes rocosas como el granito. Una tierra sin dobleces horadada lenta e inexorablemente por los ríos Duero y Tormes. Una tierra conquistada por encinas y carrascos, que huele a tomillo y a romero. Una tierra cuyo sonido es el croar de las ranas en las charcas y el canto de las chicharras en verano.
Una tierra donde lo que parece, lo es.
Pero no siempre.