©pedro ivan ramos martin luz10

Memories (ii)

Creo que el primer recuerdo consciente que tengo es el de estar detrás de una cortina.

En realidad no era una cortina, era una especie de colcha o tela con una trama bastante abierta que la hacía permeable a la luz. Me recordaba a la textura de aquellas servilletas que en los años 80 había en todas las casas junto con los platos de duralex pero en tamaño XXL. Tenía cuadrados ocres, marrones, amarillos y no tengo la certeza de si también algún rojo o anaranjado.

Recuerdo que me ponía detrás de esa cortina, contra la ventana y a través de ese filtro textil jugaba con mi padre.

Eso sucedía en Las Palmas, en la calle Tomas Miller 81, apartamento 503 y yo tenía dos años y pico.

El apartamento de las Palmas era muy pequeño. No recuerdo qué piso era pero sí recuerdo que subía hasta casa en ascensor. Del portal sólo conservo retazos muy difusos, pero la vivienda la recuerdo bastante bien aunque de una manera extrañamente abstracta. Se entraba y a la izquierda estaba una cocina diminuta de la que solo recuerdo una imagen en la que está mi madre y un montón de botecitos de especias. Tampoco había sitio para más. A continuación un cuarto de baño no mucho mayor. Estas dos piezas generaban un micropasillo que desembocaba en la «gran» estancia donde se ubicaban las zonas donde hacer la vida. Apoyadas en la pared de la izquierda el dormitorio-salón-comedor-zona de juegos y lugar para el equipo de música, un Pioneer fabuloso con el que durante toda mi vida aluciné. En especial con el reverberador y, cómo no, con el tremendo magnetofón de bobinas. Recuerdo horas y horas de música de Vangelis (Chairots of Fire, para más señas) mientras, por lo visto, había un pequeño ruido de fondo imposible de eliminar. También había vinilos, claro: recuerdo con desazón cuando se rompió el de Topo Gigio. Las cintas de casette grabadas tenían las portadas dibujadas por mi madre a partir de las ilustraciones de una baraja de cartas con personajes animales de cuentos como un cervatillo, un pollo o un pato para Bambino, Los Módulos, Los Bravos…  en cambio The Wall, de Pink Floyd, reproducía la portada del vinilo original.

En la pared de la derecha había una mesa que hacía de mueble para todo y al lado, el frigorífico sobre el que estaba una pequeña televisión en blanco y negro donde yo vi la serie de Don Quijote, con inconsolable llanto cuando el Ingenioso Hidalgo murió, que luego fue sustituida por una Toshiba en color. Una televisión indestructible. Eran tiempos en los que la obsolescencia programada aún no estaba programada y las cosas se hacían para que no se rompieran. No tengo ningún recuerdo de esa tele en ese apartamento.

Yo dormía en un sofá cama que siempre he tenido la sensación de que estaba en esta pared derecha, pero en realidad estaba en la opuesta, junto al Pioneer.

Las paredes del apartamento estaban empapeladas con unos dibujos con motivos vegetales… o algo así. Al fondo, el ventanal de acceso a la terraza. Es curioso, pero de la terraza apenas me acuerdo. Recuerdo haberme asomado por ella el día que mi padre trajo el 127 verde en el que poco después nacería mi hermana -sí, en el coche- y que se veía la playa -un trocito-. Sé que había plantas pero no mucho más.

Esta cortina que constituye mi primer recuerdo consciente estaba colgada en el único sitio posible: el acceso a esa terraza.

Por alguna razón me gustaba cómo tamizaba la luz. Quizás ese espacio entre el ventanal y la cortina supuso que por primera vez me hiciera consciente del concepto de lugar. O de lo que era un espacio delimitado en el que me sentía a gusto y del que me apropiaba. Era mi espacio, mi lugar.

De las Palmas no recuerdo demasiadas cosas. Recuerdo vagamente la playa, recuerdo la arena ardiente de las dunas. Recuerdo caer rodando por esas dunas -con la natural preocupación y congoja por parte de mis sufridos padres al ver que el chiquillo se les despeñaba-. Recuerdo una excursión a unas cuevas guanches y ver las plataneras. Enormes. Recuerdo que el Juan Sebastián Elcano fondeó en el puerto y lo fuimos a ver, aunque eso no sé si lo recuerdo de verdad o a través de las fotos que nos hicimos. Tampoco sé si aquel día llevaba cocaína o iba de vacío, cosas del Buque Escuela, ya saben. Recuerdo que me gustaba jugar con los cascos del equipo de música y recuerdo muy vagamente un loro -¿o era un mono?- que había en un local y que era especialmente cabrón.

Hoy, más de tres décadas después, se lo cuento sin saber muy bien porqué. O quizás sí… déjenlo, son cosas mías.

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El texto es de su servidor, @pedro iván ramos martín, pero la documentación gráfica es del Pedro Ramos original y de la Olympus OM1, la cámara con la que empezó todo.

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No tengo muy claro que esto le haya interesado a nadie. En fin, no se apuren que dentro de poco nos vamos de viaje.

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Volveré.

 

 

 

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