La vida es AHORA

Hay quien dice que nunca se ha de volver al lugar donde uno fue feliz. Por supuesto, eso lo considero una soberana idiotez, al igual que muchas otras cosas. No creo que no se deba volver a viajar a un sitio si aún quedan lugares que no se han visitado. Al contrario, creo que hay sitios a los que hay que volver a volver una y otra vez.

Esta entrada cierra un tríptico con el que he vuelto, fugazmente, por estos lares para reflexionar sobre el tan manido tema de la vida. La siguiente entrada no sé cuando será, o siquiera si la habrá. Quizás sea como el pódium número 200 o el décimo campeonato de Valentino Rossi. Algo que parecía que estaba ahí y que al final nunca llegó. El avezado lector verá que no he usado el mítico sexto Tour de Indurain porque hay magnitudes, como la velocidad de la luz o los 5 Tours que conviene no forzar, no sea que se colapse el continuo espacio-tiempo y lo que nos faltaba ahora es una tragedia relativamente cuántica.

David Lynch patrocina esta distopía.

Sí, últimamente le doy bastantes vueltas a este asunto.

Aunque Valentino Rossi pudo ganar ese décimo título, Tom Boonen la quinta Roubaix y Miguel Indurain el sexto Tour, no lo hicieron. Se quedaron a las puertas de lograrlo, pero no. ¿Qué más da? Con los años uno se hace viejo y va perdiendo esa faceta mitómana. Aprende a disfrutar de ese teatro infernal que es el deporte de élite de otra manera, valorando otras cosas, siempre lejos de los forofismos, eso sí, que para eso en el ciclismo se aplaude desde el primero hasta el último. El caso es que durante años disfruté mucho con ellos. Vi el adelantamiento a Stonner en la Sacacorchos, vi a Tommeke flotar sobre los adoquines sin guantes, vi a una locomotora reventarlo todo en la Côte des Forges camino a Lieja. Y fui feliz viviéndolo.

Hay límites que es mejor no intentar superar

También vi como una caída en Valencia -y, años más tarde, una no patada-, un sputnik venido de curarse una clavícula haciendo rodillo en un garaje y un calvo cabrón con la sangre espesa como la manteca de cacahuete impedían que los tres alcanzasen lo que quiera que esté más allá del Olimpo deportivo en el que habitan. Y, aunque no lo lograsen, haber estado ahí mereció la pena. Y tanto.

¿Quién vigila a los vigilantes?

Ya les he contado varias veces que creo que la razón por la que fotografío cosas es para intentar atrapar el tiempo en ese instante que queda grabado para siempre en unos haluros de plata primero o en un fotosensor ahora.


Click.
Atrapado.


Esa milésima de segundo concreta será ya mía para siempre como el que atrapa un ectoplasma en la trampa (recuerden no cruzar los rayos).

atrapado

En realidad capturar el tiempo es imposible, por supuesto. Las cosas pasan y ya está, pasaron. De niño me fascinaba el concepto de presente y pasado. Todo es pasado, ¿Cuánto dura el presente? Esto que estoy escribiendo se está convirtiendo en pasado y yo no puedo hacer nada por evitarlo. El presente no existe. Todo es pasado y, en teoría, futuro.

El pasado tendemos a olvidarlo y el futuro es incierto. Sé que a continuación de esta palabra teclearé esta otra, pero realmente no sé si mañana volveré a despertarme para seguir escribiendo este texto.

Lo hice, una nueva victoria.

El tiempo se nos escapa, y no hay manera de evitarlo

Supongo que por estas cosas le doy tanta importancia a no desaprovechar ninguna oportunidad para vivir. Y no me refiero a mantener un ritmo cardiaco más o menos aceptable, llenar los pulmones con aire de manera frecuente y metabolizar los suficientes alimentos como para mantener las funciones vitales más básicas en marcha.

No.

Me refiero a vivir de verdad.

Me refiero a disfrutar de la luz de un día de tormenta. Y de la tormenta.
Me refiero a disfrutar del olor a café recién hecho. Y del caffè.
Me refiero a disfrutar de una sonrisa. Y de su beso.
Me refiero a disfrutar de un paisaje. Y de su silencio.
Me refiero a disfrutar. Y disfrutar disfrutando.

Reflexionando. Y reflectando.

A veces miro a mi perra y ella me mira a mí con las orejas tiesas y los ojos clavados en los míos intentando entrar en mi cabeza y yo en la suya. De un salto se retuerce, cae hecha un enredo y ladra en un aullido con las orejas echadas hacia atrás sin quitar su mirada de mi mirada en una posición imposible. Sé que le caigo bien, y ella a mí. Y sé que lo sabe. Le doy unas palmadas en el costillar y le paso la mano por el lomo. Ella me corresponde dando pequeños mordisquitos porque no sabe que los perros lamen. Es una perra especial, un día les contaré su historia. Mientras tanto, simplemente me limito a disfrutar de ese momento y pienso que hemos tenido suerte de llegarla a conocer.

Un ser excepcional.

En la entrada anterior les hablaba de ese ser maravilloso que es mi hijo. Capaz de volverme, literalmente, loco mientras trato de trabajar y el trata de jugar y cantar y armar y gritar y saltar y correr y volver a jugar de forma incansable sin que haya un solo segundo de tranquilidad, paz o sosiego. Cuando estoy a punto de caer en la locura pienso que más antes que después tendré ese silencio y esa paz y que echaré muchísimo de menos la algarabía que ahora llena cada momento cuando él está cerca. Entonces, de alguna manera, me calmo, me limito a escuchar todo ese irrefrenable caudal de energía desatada en un torrente de imaginación desbordante y sonrío. Porque algún día será el último día que le escuche cantar o contar las letras de una palabra o entablar un severo diálogo entre Hulk y la Capitana Marvel mientras ha hecho una guarida con todos los cojines del sofá y esparcido los superhéroes por toda la casa. Yo no sabré que ése será ese último día así que lo más sensato es disfrutarlos todos. Por si acaso.

Mi misión en la vida es que aprenda a volar

A pesar de todo, en ocasiones, rozo la esquizofrenia, claro, aunque esa es otra historia. Mantener la calma o la cólera de Dios. Siempre me han dicho que parezco un tipo calmado, y es cierto, lo parezco. Pero nunca se crea lo que dicen los cuentos, ni se fíe de un hombre con los zapatos brillantes.

Todo esto que les escribo son cosas a las que le doy vueltas de vez en cuando. Hace poco estuve en Coruña. Ahora es A Coruña, cuando yo vivía allí era La Coruña, aunque a veces sí era A Coruña y de vez en cuando A Crunha. En definitiva, estuve en Koru, neno. Supuestamente un lugar donde no debería haber vuelto. Allí fui feliz.

Esta es la clave de la vida.

Era la primera vez que estábamos los cuatro desde la década de los 90. Pero ahora éramos siete y la perra ya no era albina sino lucera. Fue un viaje relámpago, apenas un día y medio. Lo bueno del espíritu es que si se le da alimento concentrado es lo suficientemente hábil como para dilatarlo hasta llenar los confines del Universo, así que fue poco tiempo, pero suficiente. Y necesario.

Por si acaso, nunca se fíen.

No sé si conseguí atrapar algo con mi cámara de fotos. Después de finalizado ese viaje lo veré siempre en 35 y 90 mm. Es curioso cómo cambia todo en función de la focal que elegimos para atraparlo. Incluso en función de la cámara. Todo se basa siempre en decidir el momento de apretar el botón pero todo es distinto si es el botón de la grande y pesada Canon, el de la discreta y preciosa Olympus, el de la muy mecánica Nikon analógica, el de la polaoird o el del teléfono desde el que construyo un instagram sobre la marcha. Me gusta mi instagram.

Busquen. Así encontrarán.

Á Coruña tendré que volver a volver. Y también a Roma y a Berlín y a Japón. Y a París y a los Alpes y a los Dolomitas. Quizás nunca conozca Los Vosgos ni contemple la inmensidad del Sahara. Puede que nunca vea una aurora boreal, aunque me gustaría. Todo eso será posible si mañana vuelve a ser mañana.

Siempre habrá lugares a los que volver a volver siempre.

Si no lo es, me molestaría bastante. Estoy en el momento de mi vida en el que más valoro estar vivo y ser, precisamente, quien soy y me siento muy afortunado por ello. Por eso quiero consumir cada segundo aún con la pequeña y milimétrica punzada que deja saber que, una vez pasado, no volverá. Por eso es tan importante vivir el ahora. Todos los ahora. No dar por supuesto que podremos posponer cosas ni tener la certeza de que las que siempre están en el próximo segundo seguirán estando.

La vida no es como una caja de bombones. Es como una tortilla.

La vida es ahora. Es la suma de todos los irrepetibles ahoras que se nos van de las manos por mucho que intentemos atraparlos. No se pueden atrapar, solo vivir. Y, algunos, fotografiar.

Y merecerá la pena haberlos vivido y fotografiado, aunque a veces sea doloroso recordarlos o ver las fotografías de lo que fue y ya no es.

¡Vivan!

Puede que un día sea lo suficientemente inteligente como para aprender a gestionar esto. Seguramente intente fotografiarlo torpemente. A lo mejor lo escribo por aquí. ¿Chi lo sà?

Hoy hace un día precioso en Roma, creo que me tomaré un caffè y, probablemente, un helado mientras mis pies vuelven a pisar basalto. En Roma soy feliz.

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Esta entrada se ha ido escribiendo a trompicones desde hace un tiempo. Seguramente la encuentren deslavazada e incoherente. Posiblemente estén en lo cierto.
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Una vez más tanto fotos como textos han salido de la mente singular y el dedo índice derecho de quien les escribe. Si quieren usar algo, pónganse en contacto, pero no acierto a entender por qué querrían hacer tal cosa.
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Esto de los blogs hace una década que está en decadencia. Francamente, no sé qué hacen leyendo hasta aquí. Aún así pueden compartirlo con quien deseen.
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Quizás vuelva a escribir por aquí. La vida es así de loca, ya saben. Pero no será este año.
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Por si a alguien le interesa, éste es mi Instagram.
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Bonus track:

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