«Y si fuera mi vida una escalera, me la he pasado entera buscando el siguiente escalón. Convencido que estás en el tejado esperando a ver si llego yo.»
Eso lo escribió Roberto Iniesta. Yo, como no soy poeta sino juntaletras, diría que si fuera mi vida una escalera, ojalá fuera la escalera de la que les voy a hablar a continuación. Una escalera que, sin duda, lleva HACIA ARRIBA.

Alfonso Arús popularizó allá por los noventa la expresión emoción, intriga, dolor de barriga y hete aquí que ese suspense es el que he intentado crear en la entrada anterior para que ustedes ardieran en deseos de saber a qué endemoniada escalera me refería como la mejor de todas ellas. Supongo que alguien habrá que, conociéndome, pensó que sólo me podía referir a la de la Mairea. Pero erró.

Cuando este año en Luz10 nos dispusimos a pasar una veraniega estancia en el Norte decidí llevarme los artefactos serios de fotografiar cosas -al menos los medianamente transportables- porque quería fotografiar el vestíbulo que contiene la deliciosa escalera de la que les hablo.

Verán, en 1961 un arquitecto danés de apellido Jacobsen ganó un muy restringido concurso. La primera fase del edificio se terminó una década después, el año de la muerte del bueno de Arne.

Esta fase no incluía el vestíbulo ni, por ende, la escalera. Ambas piezas se ejecutaron tras la muerte del arquitecto pero está claro que sus discípulos eran gente bien formada pues el grado de detalle y tensión del proyecto se mantiene en esta segunda parte de la ejecución. Cuando supe de este detalle me entró un cierto yoquesé que qué se yo. Dénse cuenta, este danés universal jamás vio materializada una de las piezas más recordadas de cuantas salieron de su lápiz: La escalera del Banco Nacional de Dinamarca -ahora me siento un poco como David Lynch desvelando que fue Leland Palmer-.

El Banco Nacional de Dinamarca es un edificio rotundo, modulado, cerrado, hermético, inexpugnable cuyo exterior no permite adivinar qué puede encontrarse uno en su interior.

La severa modulación genera unas grietas verticales que rasgan e iluminan parcialmente el interior en sus testeros ejecutados en noruego mármol de Porsgunn. En la fachada Sur, la que da al río, una leve visera de vidrio genera el humilde y sencillo acceso al edificio.

Un breve pasillo curvo de apenas 2,2 metros de alto con una levísima inclinación que nos hace descender unos centímetros -15, para ser exactos-  desemboca en el tremendo vestíbulo de 20 metros de altura cuyo techo negro desdibuja el límite vertical.

Y allí, al fondo a la izquierda está ella, elegante y provocadora para cortar la respiración al más insensible.

Este espacio, trapezoidal, es pintiparado para la leve estructura de la escalera. El impacto que supone pasar de la escala del pasillo a la del vestíbulo, su esbeltísima proporción y la manera en la que la luz entra por las grietas verticales generan una tensión espacial extraordinaria que ofrece un clímax sin igual cuando el visitante se encuentra con ese amasijo de tensores, peldaños, descansillos y focos que cuelgan desde el infinito techo.

Una vez recuperado de la bofetada que es atravesar la puerta de vidrio que da acceso a ese maravilloso espacio servidor de ustedes se dispuso a preguntar con voz temblorosa y macarrónico inglés al gentil conserje si era posible hacer fotos. Con la respuesta afirmativa, y un notable subiduki interno, aparqué en un rincón, abrigado por el pasillo curvo de vidrio, el cochecito del niño que dormía plácidamente ajeno a toda esa barbaridad de espacio que le envolvía y eché mano de mi adorable atrapavistas.

Con la cámara en la mano y el 17 mm dispuesto a echar humo, intenté darme cuenta de dónde estaba. A la izquierda se encuentra el puesto del vigilante. Un poco más adelante, en el centro de ese paño, la puerta que da acceso al resto del edificio y a continuación una vitrina con las monedas puestas en circulación en la historia danesa termina cuando empieza la susodicha escalera. A la derecha en un cuerpo bajo y opaco 5 tapices en tonos rojos y amarillos amabilizan la caja fría y oscura realizada íntegramente en el mismo mármol de Porsgrunn que el exterior. Sobre los nichos que albergan estos tapices aparecen las grietas de más de 15 metros de altura que rasgan ese muro al bies y que permiten una controlada y abstracta entrada de la cálida luz natural. Frente a nosotros, el imponente muro de mármol sirve de magnífico telón de fondo a la exquisita pieza que nos ocupa.

Esta obra de arte es el non plus ultra en cuanto al diseño de escaleras colgadas del danés. La primera de todas ellas fue la del Ayuntamiento de Rodovre, con la que guarda un parentesco directo tanto formal como estructural. La segunda es la del lobby del hotel SAS, que es otra cosa, y la tercera la del Banco Nacional de Dinamarca.

La escalera cuelga de 8 tensores de acero pintados de rojo y 10 pequeños focos marcan su espacio en el oscuro techo. La leve y esencial estructura se pinta de gris y los peldaños y descansillos de blanco. Los paños verticales de las barandillas son en vidrio y esta ligerísima escultura se separa apenas 75 centímetros del muro en el que se encuentran los accesos de las cinco plantas a las que da servicio.

Estas pequeñas pasarelas de sección mínima permiten que se mantenga la esencia de este objeto como pieza autónoma de la caja en la que se halla y no tienen función estructural alguna.

La escalera salva el desnivel de 3 metros existente entre cada planta mediante 2 tramos que se unen en un descansillo que vuela respecto a la vertical de los tensores. El ancho libre de los peldaños es de 1,40 metros. Los escalones se conforman en chapa plegada y al igual que el resto de elementos se separan de la zanca manteniendo esa idea de autonomía de cada parte, individualizándose, conectándose y reclamando su protagonismo.

En cada rellano se ubican 2 puntos de luz por lo que al menos 2 de los tensores deben ser huecos y albergar el cableado en su sección de 30 mm.

A los pies de esta maravilla una alfombra redonda acoge 6 cisnes negros en los que sentarse y admirar ese espectáculo arquitectónico es un derecho y un deber ineludible de todo ser humano de bien que se digne en llegar hasta ese lugar.

Puede comprobar el agudo lector que esta escalera y este espacio le dejaron el cuerpo de jota al escribiente que le da la paliza. Entrar en un lugar así hace que a uno se le erice el vello y note ese escalofrío en el cogote que le hace sentir que está ante algo imponente. Respirar el aire que se respira en estos lugares vistos tantas veces en fotografías y que por fin se pisan, se sienten, se oyen, se huelen en primera persona es uno de los motores vitales de Luz10.

Y que siga así muchos años: sigue habiendo mucho mundo que pisar.

·············

Viajar con niños es más complicado que viajar sin ellos. Son irracionales, imprevisibles, caóticos y no aguantan mucho rato en un mismo sitio. Pero cuando  un hijo respeta un lugar de culto como este dejando que el pirado de su padre pueda hacer las fotos que la prudencia le permita y se despierta con una sonrisa al embocar el cortavientos de camino al exterior es que es un buen hijo.

·············

Como siempre un texto y unas fotos (menos una, en la que salgo retratado) obra y gracia de servidor de ustedes © pedro iván ramos martín. Pueden usarlas, pero citen autor y procedencia… y no sean tan cutres de quitar la marca de agua, hombre, por dios.

·············

El autor debió desplazarse onerosamente a la carísima Dinamarca para poder brindarles esta entrada. Páguenle no con dinero, sino compartiendola entre sus familiares y amigos. Su pecunio permanecerá a salvo y el autor tendrá cubierta su necesidad de que le hagan casito.

·············

Bonus track: