diario de un perro verde (iii)

De alguna manera improbable se había terminado el invierno. Los días iban creciendo, el sol empezaba a calentar y la naturaleza se desbocaba en un estallido primaveral al son de los pájaros que hace unos años cantaban nuestra vuelta a casa y ahora lo hacen poco después de que nos levantemos, cuando empieza a clarear.
La vida, señores, no se para.

semana 2

Después de una semana confinados lo cierto es que no me sorprendía demasiado el no notar ni un atisbo de claustrofobia o de necesidad de salir al exterior. Realmente no había una gran diferencia con lo que podía suceder en cualquier momento aleatorio en el que el trabajo y las obligaciones no dejan hueco para mucho más salvo por el detalle que suponía que el niño estaba presente en casa las 24 horas del día, cosa que no sucedía desde que tenía 11 meses. Sin duda esto era un claro indicador de la escasísima vida social que servidor desarrolla. Incluso cuando podía desarrollarla.

Al final casi todo termina encajando

Reconozco que a lo largo de mi vida siempre me he sentido a gusto en mi pequeño círculo. Tanto si se reducía únicamente a mí mismo hace tres décadas en mi habitáculo releyendo y reordenando una y otra vez mi colección de cómics -el vicio que nunca debí abandonar- como en un estado confinado con las dos personas que han de aguantarme a diario, una de manera voluntaria y la otra porque le he tocado. El resto del mundo, en su mayoría, es prescindible aunque como ya he contado alguna vez hay ciertas excepciones que enriquecen y terminan de dar sentido a una vida caracterizada por la misantropía. Ya saben, l’eccezione alla regola insidia la norma.

Mejor en buena compañía que muy acompañado

Las tareas del cole en casa seguían siendo uno de los retos diarios. El niño tiene genes Ramos y tiene genes Nieto, lo mejor de los dos mundos, lo que le convierte en una pequeña bomba de relojería. No hace falta decir que una de las principales metas en este encierro es tratar de que no caiga en la locura a la temprana edad de 4 años recién cumplidos. Los botones entraban cada vez con mas facilidad en los ojales.

practice makes perfect

Por alguna razón tengo la sensación de que su pequeña cabecita no funciona como podría ser lo habitual. Que el mundo se ve de una forma curiosa a esa edad es un hecho, pero que él tiene procesos mentales particulares y que analiza las cosas desde una perspectiva propia, también. Una imaginación desbordante, una memoria sorprendente, un relacionar hechos con consecuencias de forma nada evidente y el darse cuenta de todo es algo que no para de sorprenderme. También el hecho de que sea zurdo y tenga que luchar permanentemente con un mundo hecho al derechas. Aunque a veces se rebela.

bien acoplado, tiene planta de flandrien

Desde que entró en la guardería con menos de un año sus distintas maestras es algo que nos han ido repitiendo: es un niño con una sensibilidad especial. Para lo bueno y para lo malo. Yo, en particular, aprendo mucho de él. Me gusta observar. Me fascina observar cómo observa. A la asamblea de por las mañanas se había incorporado el robot de pinzas.

Hay un chiquito nuevo in the house

¿no o sí?

Supongo que el fotografiar cosas, hechos y lugares implica el observar esas cosas, esos hechos y esos lugares. Y el observar implica analizar. Y el analizar implica, inevitablemente, el establecer comparaciones. Y, a veces, son odiosas.

Observar el lento e imparable paso del tiempo

A lo largo de esta segunda semana de encierro empecé a pensar que antes de la Semana Santa nos iban a encerrar del todo y pararían toda actividad económica como había sucedido en Italia. Cuando llevábamos unos 10 días de cautiverio decidí ir al estudio y recoger todos los discos duros y las copias de seguridad, por si limitaban aún más la libertad de movimientos. La idea de tener el archivo fotográfico inaccesible me ponía ciertamente nervioso. Soy tan idiota que guardaba el archivo y su copia en el mismo sitio.

Encerrados a cal y canto

En general para el trabajo si no hay que hacer ninguna visita a obras o clientes no necesito más que un ordenador y una conexión a internet puesto que todo lo tenemos en la nube. Pero el archivo fotográfico y sus copias se guarda en diversos discos duros. También en negativos, pero esa es otra historia. Tenía que recuperar esos discos duros y su impagable contenido.

¿Todo va a salir bien?

La primera vez que puse un pie en la calle fue una situación un tanto extraña. Decidí ir andando en lugar de en bicicleta, como suelo hacer a diario, precisamente para poder fotografiar el recorrido.

Una vez fuera de la seguridad del hogar me invadió una extraña sensación. A pesar de vivir en una ciudad más o menos grande, el aislamiento en Luz10 es casi total. La pequeña calle donde vivimos tiene 10 casas de planta baja. Unos 20 vecinos en una distancia de 100 metros. No pasan coches pues es semipeatonal y los vecinos, como es menester en Valladolid, son buena gente pero de carácter adusto, es lo que hay. Es una de las ventajas de vivir en este micro universo que es el barrio Girón. Son casas pequeñas construidas hace 60 años de manera muy humilde pero que cuentan con un patio muy generoso. Un lujo a 10 minutos andando del centro urbano.

La distancia más peligrosa es la distancia prudencial

Al traspasar el umbral de la puerta me invadió esa sensación densa y extraña. Respirando a través de una mascarilla quirúrgica, como cuando pasaba largas horas con el aerógrafo en la mano inhalando tintas y acuarelas líquidas, todo era un tanto diferente, raro. Las gafas de sol se empañaban levemente con cada exhalación y cada inhalación me traía recuerdos de olor a hospital y a lámina de dibujo técnico de primero de arquitectura. La vida, en ocasiones, establece extrañas relaciones que rozan el surrealismo.

Huerta del Rey


Salí y miré a izquierda y derecha. Como era habitual en la calle no había nadie. Cuando doblé por la avenida de las Mieses, con sus 4 carriles vacíos esa sensación inicial se acrecentaba volviéndose más pesada. Una ligera idea de distopía postapocalíptica me recorrió. Al cruzar el solitario puente sobre el Pisuerga y llegar a la plaza de Poniente sin gente, sin coches, sin clases en el instituto, sin carritos de niños en el parque, en cierta medida me estremecí con una opresión en el pecho.

Puente del Poniente

Silencio.

Nada

El silencio en las calles, cuando es tan atroz, es algo difícil de retratar con una cámara de fotos. No es muy complicado sacar imágenes similares cualquier domingo a las 7 de la mañana. Calles vacías con algún borracho despistado que intenta llegar a casa tambaleándose tras pasar una noche loca en la que, otra vez, le tocó perder.

ciudad muda

Pero cuando no es domingo ni son las 7 de la mañana sino que es un jueves laborable de Marzo a mediodía la cosa cambia. Cuando en lugar de tener la rasante luz del amanecer que poco a poco pasa de ese tono ligeramente frío a dorado lo que ilumina todo es la dura luz del mediodía y no hay nadie, no se oye nada, todo está vacío, en calma. Muerto. El silencio se hace atronador. Se vuelve espeso y ahoga.

Ciudad sin humo

Lo mismo sucedía en la Plaza Mayor y en Coca. Nadie. Silencio. La ciudad muda convertida en una suerte de cámara anecoica que puede volver loco a un hombre si pasa suficiente tiempo en ella. Cuatro minutos, treinta y tres segundos.

Que sea comunal. Y turgente

A la puerta del estudio un coche de policía se paró junto a mí y me preguntó de dónde venía y a dónde iba. En ese momento pensé una respuesta ingeniosa y mordaz pero decido que no es momento de ser ingenioso. Ni estúpido. Les digo la verdad y verifican que, efectivamente, entro en el portal.

En lugar de bullicio, nada, nadie.

Todo es sumamente extraño. Compruebo los discos duros y termino un backup, riego las sufridas plantas sin muchas esperanzas de que sobrevivan privadas de luz, meto todos los archiperres en la mochila, me calo la mascarilla y vuelvo a emprender el camino de vuelta mientras pienso si he realizado todas las medidas de seguridad de manera correcta.

Silencio

Esta vez camino por la plaza de Santa Ana y por Veinte de Febrero. En esta ocasión, coincidiendo con el fin de la jornada laboral de algunos que siguen trabajando, me cruzo con unos cuantos coches. En el puente de Miguel Ángel Blanco hay un control policial.

El extraño atractivo de la fealdad

No consigo evitar el molesto empañamiento de las gafas de sol y me siento ahogar ligeramente. El sol está alto y aprieta contra mi indumentaria rigurosamente negra.

Todo está en juego. Juguemos.

Por fin llego a casa y tras lavarme minuciosamente vuelvo a sentirme seguro con el íntimo convencimiento de que esto va a durar mucho más de lo que se decía en los medios y también más de lo que yo pensaba, que por aquel entonces en mi fuero interno variaba entre principios y mediados de Mayo.

Una fortaleza inexpugnable

Esta segunda semana de encierro cumplía años con puntualidad británica mi compañero de viaje. Teníamos pensado viajar hacia el Este un par de semanas después para reencontrarnos una vez más a la luz del Mediterráneo. Incluso si todo iba bien iríamos a un concierto llamado a ser épico. Pobres ilusos. Como ya les había dicho en la anterior entrada, hacer planes suele ser un ejercicio de futilidad.

Caminaremos juntos otra vez

Por eso, en tiempos de crisis, lo mejor que se puede hacer es achinar los ojos para enfocar la mirada con precisión. Tratar de adelantarse, mirar más allá de lo que nos intentan enseñar, observar efectos y causas; ser sigilosos, astutos para movernos en las sombras y, cuando estemos a salvo, refugiados en nuestro búnker romper ese silencio, dejar que suene la música y embriagarnos de ella.

Y con ella.

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Continuará
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La segunda semana del estado de alarma abarcó desde el 23 al 29 de Marzo de 2020.
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Puede resultarles estúpido el retraso con el que se escriben estas cosas, unas 4 semanas. Cuestión de perspectiva.
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Texto, pensamientos y fotografías originales de su fiel servidor, © pedro iván ramos martín. Pueden compartir o no compartir, es el libre albedrío, amigos. Si usan las fotos citen fuente y autor.
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bonus track:

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